Si nos sometieran a la temible prueba de tener que ver seguidas todas las películas conservadas de William Wellman por orden de estreno, You never Know Women sería un dulce y exótico aperitivo que tomaríamos gustosamente. Un delicioso bocado de belleza y magia horneado con el ritmo enérgico que Wellman sabía imprimir a cada plano, escena y montaje del filme completo. Iría cubierto, eso sí, de un sirope espesito mezcla de leve ñoñería y típico triángulo amoroso, pero nada que no pueda degustarse o retirarse con cuidado, según los gustos de cada cual.

Como decía, esta película a la que por cierto no sé quién llamó en castellano Ballet ruso, porque trata de una troupe circense y no de bailarines, es la primera conservada de Wellman, pero su trayectoria constaba ya de 10 ó 12 títulos previos largos y cortos, acreditados y no. Por eso no hay rastro alguno de bisoñez ni aspavientos de novel en una cinta bien concebida, producida, rodada y resuelta. No es una obra maestra pero sí una buena película, hermosa y entretenida, perfectamente disfrutable hoy como el día que se estrenó. Su gran éxito de crítica y público le valió al bueno de Wild Bill para aumentar su sueldo en unos despampanantes 25 dólares (llegando así a los 250) y lograr unas vacaciones que, como ya contamos, abandonó a marchas forzadas para encargarse de Wings.

You Never Know Women describe las inseguridades de Eva Janova (natural, dulce, estupenda Florence Vidor) primera figura del “Imperial vaudeville de Moscú, compañia Janova-Norodin«, una troupe circense de gira por Estados Unidos. Tras un pequeño accidente callejero del que cree ser rescatada por Foster (Lowell Sherman), un ricachón conquistador, se enamora de este y sus galanterías sin darse cuenta de que quizá es por su compañero y líder de la compañía, Ivan Norodin (Clive Brook), por quien debería estar coladita, como él lo está por ella desde siempre sin que Eva parezca saberlo. Foster, el ricachón, procurará acercase a ella y ganarse al circo comprando favores mientras que Ivan, alicaído, parece renunciar a Eva. Sin embargo las artes mágicas en las que Ivan es maestro servirán para que los verdaderos sentimientos de Eva y las oscuras intenciones de Foster salgan de la chistera y se cierre la función con un inevitable final feliz.
Wellman ha tenido la inteligente idea de usar todos los medios razonables a su alcance para convertirnos en una especie de espectadores dobles: asistimos a una película pero también somos público del circo. Para ello dedica varios minutos entretenidísimos a mostrar cada uno de los números, piruetas, trucos y gracietas que conforman el espectáculo. Lo hace por ejemplo usando largos planos secuencia en los que pasa de un artista a otro sin cortar, para que veamos que “no hay truco”, arriesgando un pelín incluso la continuidad visual que el gran operador, Victor Milner, logra no obstante mantener. Además de este y otros atrevimientos visuales en forma de movimientos de cámara y angulaciones arriesgadas que quieren evocar ese pequeño trance perceptivo en el que se sumerge quien asiste a este tipo de espectáculos, Wellman muestra a todos los integrantes de la compañía como una familia unida, sólida. Son una pequeña tribu con sus propios códigos marginales y exóticos y el director logra que empaticemos con ellos y que los comprendamos bordando dos de sus recursos más habituales: uno, recrear relaciones humanas sencillas y nobles sin caer en la cursilería y otro: dar con grandes ideas visuales de puesta en escena que hacen avanzar la narración al galope, así como nuestra comprensión de los hechos. Un ejemplo de esto son los dos momentos “lanzamiento de cuchillo” que aparecen en la película.



Además de todo esto, y ya dejando aparte a Wellman, merece una especial atención en mi opinión la magnífica dirección artística del filme. Tenemos que pasar algo más de una hora en el circo, disfrutando de su espectáculo o habitándolo como uno más, y la inmersión es total gracias a todo el trabajo de maquillaje, atrezo y sobre todo vestuario de la Paramount. Creo que es la primera vez que hablo del vestuario de una película que, la verdad, es un aspecto en el poco me fijo -y del que poco entiendo- pero no sabría decir por qué en esta ocasión la exótica elegancia de los vestidos que luce Florence Vidor y la imaginería nada recargada con que se ha vestido al resto de la troupe me han encantado, y pienso que dota a You Never Know Women de un estilo visual a la vez lírico y razonablemente realista que acompaña perfectamente a la dirección de Wellman y el espíritu de la historia.
En definitiva, una película que tiene algo de truco -es la primera de Wellman sin serlo-, un poco de trampa -me refiero a su final- y el justo cartón.
Magia, piruetas, rentabilidad y diversión: el cine de William Augustus Wellman, damas y caballeros… ¡Pasen y vean!
Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Hola tocayo
Si descartas «Nunca conocerás a las mujeres» como traducción y, contando con que Lenin nacionalizó todos los circos y pasaron a llamarse Circo Ruso en 1917, te quedaba como solución llamarla «Ballet Ruso». Suerte que el ballet seguía llamándose Ballet Bolshoi.
Ese es otro atractivo indudable del film, en aquellos tiempos los Circos, seguro, no tenían el potencial del «Ballet Ruso».
Un saludo, Manuel.
PD. Cuando has dicho (natural, dulce, estupenda…) he pensado, ozú ¡una manzana! Cuando he visto la foto he pensado: Hay un hipnotizador en el «ballet» y la manzana parece una cebolla.
Me gustaMe gusta
La manzana y la cebolla las pones juntas a caramelizar y te queda Florence Vidor….
La verdad es que ni el título inglés le queda bien ni es conveniente. Transcribe una frase del guion pero apenas nada tiene que ver con lo que vemos. Se refiere a que Ella se da cuenta tarde de que realmente ama al escapista en vez de al ricachón… Vamos, lo que nos pasa a todas.
Un saludo!
Me gustaMe gusta