Hay películas que uno cuando las ve se pregunta por cómo pudo ser que alguien pusiera dinero y celuloide para una idea así. En 1941, con Japón plenamente enfrascada en el esfuerzo de guerra, alguien en Sochiku cree que es buena idea mandar a Izu un equipo para que Shimizu haga un mediometraje de media hora que consiste en que unos niños corren por ahí. Es que, si hubiera que resumir la filmografía de Shimizu en una única frase, solo una, sería esa: niños corriendo por ahí.

La propuesta no puede ser más simple: Akiko es un niño tokiota que han adoptado unos tíos suyos sin descendencia propia y que se han traído al rural, como se dice ahora. El niño, menudo y pusilánime, se siente acosado por los zagales del pueblo de beduños modales y su tío-padre le alecciona y le pone firme hasta que la cosa se endereza ¿Puede haber un argumento más innecesario, simple y poco interesante? Complicado, pero el caso es que alguien lo produjo y, la verdad, nos alegramos mucho, porque Hiroshi Shimizu se esforzó en parir una pequeña maravilla. Cómo se nota cuándo le gusta el material que trabaja.

Porque Donguri to shiinomi (no me pregunten qué quiere decir) es una pequeña joya que además de que es un placer verla y pensarla, puede servir de perfecto resumen e introducción del motivo que con más personalidad desarrolló Shimizu: los niños en exteriores. Apenas hay trama y, a pesar de que dura solo 28 minutos, consiste en un ciclo de tres secuencias que se repiten varias veces: niños en la calle + Akiko con su tío/padre + Akiko de vuelta a la calle para enfrentar la realidad. Su estructura es simple como una fábula de Esopo pero a pesar de ello Shimizu ha puesto mucho empeño en hacerla hermosa, y se nota. Cada uno de los planos está primorosamente compuesto dentro de que la producción es modesta. Se preocupa por las simetrías, por enfatizar visualmente los momentos “culminantes”, como la pelea definitiva entre Akiko y su antagonista, rodada en un plano secuencia fijo a distancia y con árboles de por medio para compensar la cruda violencia de los guantazos que se arrean. Hay un cuidado de Shimizu que se percibe claramente en cada minuto, cosa que no siempre ocurre en su cine, lleno en ocasiones de escenas rodadas con desgana. Es una delicia visual.

Otra cosa es el contexto cultural, que como suele suceder en el cine japonés de la época imperialista, a veces no sabe uno qué pensar. La forma en la que el tío de Akiko educa a su ahijado panoli es obligarlo a subir a un castaño de unos 20 metros de altura y dejarlo ahí abandonado, tras prometerle protección en caso de caída. La ascensión Shimizu nos la muestra dejándonos bien claro el riesgo real que el pobre niño actor tuvo que afrontar. No creo que nadie que me esté leyendo hoy dejara a un hijo suyo subir a ese castaño flaco, pero Shimizu no solo le deja sino que lo rueda sin protección alguna. Sin embargo esto transforma a Akiko y le da seguridad en sí mismo, y ya está preparado entonces para hostiar con furor al jefe de la pandilla del pueblo, y a dormir en la cama con su tío, con el hombre, y no con su amorosa tía, como hacía antes de su pequeña catarsis hacia la hombría imperial.


En fin, todo en este mediometraje es interesante y simpático. No me pregunten a cuento de qué se hizo ni si forma parte de algo más amplio o era solo un producto de relleno para el público infantil. Por supuesto nada hay de su intrahistoria que se pueda saber leyendo nuestro alfabeto. Solo les puedo comentar que los muchachillos que aparecen no son la “colmena” de huérfanos y niños de la guerra que saldrán en producciones posteriores. Cuando se rueda Donguri to shiinomi Shimizu aún no ha empezado a recoger niños de orfanatos y aceras para acogerlos en su casa y luego ponerlos a actuar. Eso vendrá después de la guerra, cuando se le bajen todos los humos al milenario imperio nipón. Aquí se puede ver subtitulada en inglés.


Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
¡La película del niño que se sube a un árbol! La descargué hace unos meses cuando, repasando qué filmes de Shimizu tenía en mi disco duro, vi que de su edad de oro me faltaba éste y por algún motivo por lo poco que leí me pensaba que era un mediometraje de un niño que le gusta subirse a árboles, una premisa lógicamente irresistible.
La tengo esperándome para la típica noche que solo tenga tiempo para ver algo corto. Es curioso, como dices, el que Shimizu filmara un artefacto como ése en aquella época – y no puedo dejar de pensar que es una pena que no haya un contexto industrial para el formato del mediometraje – y me pregunto cómo y de dónde salió. Quizá como sería algo barato de rodar le dejaron hacer para contentarle a cambio de que hiciera algún filme a favor del esfuerzo bélico, quién sabe…
Un saludo.
Me gustaMe gusta
Pues ya verás como te gusta, te va a cundir la noche corta más que muchas largas.
Teniendo en cuenta que es de el mismo año que La horquilla, La torre de la introspección, Notas de una artista errante y otra que creo que está perdida (Crónica de una doctora) pues no me extrañaria que la hubiera rodado en ratos sueltos aprovechando los escenarios rurales.
En todo caso es una pequeña joya que sí tengo claro, como comento, que la ha hecho con ganas y gusto, por eso quedó tan bien… Y tan imperial entre comillas.
Un abrazo
Me gustaMe gusta
Hola tocayo
Pues partiendo de la premisa de «el niño que subió un castaño… y bajó al abusón» (traducción libre-japonesa de «donguri to shiinomi» según lo hablamos en Tierra de Campos) y respondiendo a tu pregunta de «¿habrá algún padre…? te diré que a nosotros tampoco nos dejaban pero no había mayor placer que hacer el mono de rama en rama; lo que hoy en día debe ser de pantalla en pantalla. No sé qué será más divertido pero todavía recuerdo disimular los arañazos de las ramas para que la «lección vital» no acabase en «ovación cerrada» a mano abierta.
Un saludo, Manuel.
Me gustaMe gusta
Buena parte de la infancia me la pasé yo con amiguillos jugando entre las ramas de dos morales que había cerca de mi casa. Luego de mayor me enteré de que a esos árboles se les suele llamar «moreras» y eso de «pasar la infancia entre dos morales» perdió la gracia filosófica.
Por los gusanos no preguntes, que se me morían casi todos antes de la metamorfosis.
Me ha gustado la lección vital que rememoras que me recuerda a aquel haiku/koan que decía algo así como «Si el aplauso lo hacen dos manos… ¿Cuál es el sonido de una mano?». Enseñanzas milenarias.
Un abrazo, tocayo
Me gustaMe gusta
Pues la he visto hace poco y efectivamente me ha gustado bastante. Es como un resumen de la esencia del cine de Shimizu en media hora. Sí que al verla no pude evitar pensar en el contexto y en que las enseñanzas del padre tienen mucho que ver con la educación que se fomentaba a los niños en Japón en esa época, y no sé hasta qué punto es inocente o es algo buscado. De hecho en Letterboxd algún usuario lo califica directamente como cortometraje de «propaganda» de los valores que el gobierno buscaba transmitir a los niños, y no sé si es porque tiene más datos que nosotros o simplemente se ha lanzado a la piscina… el hecho de que sea un corto quizá fomenta la idea de que era un corto con cierta finalidad a proyectar antes de una película principal.
En todo caso, nada de eso me quita el sueño ni el disfrute del corto. Si era un encargo está claro que Shimizu lo llevó totalmente a su terreno, y si era un capricho que le dio por hacer entre largometrajes, la verdad es que le quedó una obra bastante resultona en que una vez más capta muy bien la belleza de los entornos rurales.
Un saludo.
Me gustaMe gusta
Me alegro mucho de que tu percepción de la peliculita coincida tanto con la mía… Eso es que me funciona el criterio.
Tu comentario sobre otros comentaristas me hace recordar con cuánto texto se encuentra uno de gente que habla de películas sin haberlas visto. Esto, claro, me lo encuentro sobre todo cuando leo sobre cine japonés clásico, que es la época que más controlo llena de películas-que-haré-como-que-he-visto-pero-no-sé-ni-si-siguen-existiendo.
Hoy en día creo que es imperdonable que quienes emborronamos internet intoxiquemos aún más el mundo con datos confusos o inventados, siquiera sobre Shimizu, pero cuando me lo encuentro en libros viejos, según y cómo, me provoca hasta ternura. Recuerdo en la Hª del cine de Sadoul haberme leído las páginas sobre el cine japonés de los 30 y es que aluciné: confundía todo, se metía con películas perdidas, confundía a directores y películas… Un desastre comprensible, porque apenas tendría oportunidad de haber visto ni leído nada y se veía obligado a decir algo, pero hoy en día, como digo, me parece lamentable, pero tristemente habitual en los mentideros gafapastosos.
Un abrazo.
Me gustaMe gusta
Es así, Manuel, y lo peor es que en internet existe una tendencia a dar por bueno lo que lee uno en cualquier sitio que parezca dicho con un mínimo de autoridad… cuando podría ser la invención de un internauta. Yo por eso siempre procuro dejar claro en mis posts qué datos sé que son fiables y cuáles son especulaciones mías, como usted hace también de forma muy sabia. Y creo que en este tipo de confusiones la culpa es tanto del que lanza especulaciones como el de que los toma por buenos sin contrastarlos, algo que casi nadie hace… y me sorprende que tanta gente olvide que en internet puede escribir cualquier persona, con lo que ello implica.
Los libros antiguos de historia del cine son bastante divertidos en ese sentido. Uno puede entender que en aquella época era más difícil, pero a veces esa forma de lanzarse a la piscina con tal de decir algo quedando en evidencia es demencial.
Guillermo
Me gustaMe gusta