(Artículo publicado originalmente en la revista Versión original, en su número 303 dedicado al Cine Español de 2020, que puede leerse aquí)
El 18 de marzo de 2019 comenzó el rodaje de Invisibles (Gracia Querejeta, 2020) en el Parque del Príncipe de Cáceres. A los extremeños la prensa local nos tuvo puntualmente informados de su desarrollo. Duró seis semanas, empleó a 300 extras de la ciudad, la Junta de Extremadura contribuyó a la producción con 250.000 euros y Canal Extremadura con otros 40.000. “Gracias a Extremadura es posible Invisibles, si no, tendríamos que habernos buscado la vida por otro lado”, declaró su directora entonces.

La película nos cuenta los paseos de cada jueves por la mañana que tres mujeres en la cincuentena se dan por el parque. Mujeres que, en esa uniformidad informal que proporciona el chándal, pasean y se sienten libres para charlar con sus amigas que también pasean y se sienten libres en la informal uniformidad que proporciona el chándal. Su título, Invisibles, hace referencia a la situación en que las mujeres de esta edad parecen encontrarse, a medio camino entre la juventud idolatrada y la venerable vejez, y es que parece que la sociedad de hoy en día no necesita a quienes surcan esa década de los 50, plena de experiencia y asunción de lo vivido. Saber con la misma certeza que el pasado no volverá y que el futuro ya no es lo que era es el principal signo en común que tienen estas tres excepcionales mujeres que, en su informal uniformidad, pasean por el parque. Son Elsa (Emma Suárez), Julia (Emma Ozores) y Amelia (Nathalie Poza). Quizá el mayor aliciente cinematográfico de esta película sea asistir al portentoso ejercicio actoral de estas tres inmensas actrices. Su trabajo es la mejor prueba de que la premisa que da sentido al filme, ese ocultamiento inopinado de las mujeres de esta edad, es tan cierto desde el punto de vista empírico como absurdo y necio desde el punto de vista artístico. Me pasé la película preguntándome cuál de las tres brilla más sin poder decidirme: Emma Suárez trabaja la picardía y la ambigüedad, Adriana Ozores es pura intensidad calmada que muestra tanto como oculta y Nathalie Poza describe un arco amplio de caracteres, desde la apocada ingenuidad hasta la resolución inquebrantable. Si la producción cinematográfica es humilde y modesta, sus trabajos por el contrario son soberbios y claman por reconocimiento y premios que, alucinantemente, apenas han cosechado.

Elsa es una ejecutiva de éxito convencida de que su jefe quiere algo con ella. Independiente y solitaria, ha preferido vivir sin pareja y dejarse desear por cuantos hombres ha querido. Por primera vez le asaltan las dudas sobre su poder de atracción y trastoca sus inseguridades en situaciones confusas o relatos improbables que cuenta a Julia y Amelia.
Julia es una hermética profesora de instituto que, cansada del trato con adolescentes, no se ve con fuerzas para asumir responsabilidades sobre una alumna suya, víctima de acoso, que van más allá de lo profesional. Tan capaz de juzgar a los demás como de callar lo suyo, destaca por su inteligencia preclara que, sin embargo, no le ha ayudado a conseguir una vida plena, pues vive con una familia que deplora y de un oficio que ya no disfruta.
Amelia es la encargada de un vivero y después de dos separaciones ha vuelto a encontrar pareja. Sin embargo, la hija de él la detesta y maltrata psicológicamente. Amelia no sabe estar sola, necesita compañía, amor y amistad. Cuando se agobia llama -infructuosamente, pues nunca le contesta- a Mara (Blanca Portillo) una cuarta paseante y amiga que ya no lo es desde que su marido muriera y ella quedara hundida en la depresión.
La propuesta de Gracia Querejeta, aparentemente, no se aleja del que quizá sea el tronco temático más reconocible de sus películas: la historia de varios personajes que se reúnen bajo el foco narrativo de una trama que va perdiendo importancia a medida que el pasado y los fantasmas de cada protagonista se van presentando. En ocasiones es una muerte quien los concita, como en 7 mesas de billar francés (2007), Héctor (2004) o Cuando vuelvas a mi lado (1999) y en otras simplemente un golpe del destino, una situación sobrevenida, como en Felices 140 (2015) 15 años y un día (2013) o El último viaje de Robert Rylands (1996). Esta fórmula parece, de entrada, ser también la receta para Invisibles, sin embargo hay un eje fundamental de su cine al que Querejeta en este caso parece querer renunciar o, en todo caso, reducir a su mínima expresión. Me refiero al poder del pasado. Si en su filmografía anterior lo habitual es que sean los secretos del ayer, las nostalgias no soportadas y las herencias implacables las que nutren de fuerza narrativa a la acción presente y forjan los caracteres de unos personajes que, a causa de ese pasado maldito, tienen que rehacerse a sí mismos para aprender de nuevo a habitar el mundo, eso no ocurre en Invisibles. Y es que aquí ese pasado que pesa, oprime y a la vez da sentido al presente son ellas mismas: Elsa, Julia y Amelia. Su edad, lo vivido, las ha dejado en esta situación de invisibilidad ante la sociedad y un poco ante ellas mismas, que en algunos casos -Elsa y Amelia- parecen querer ignorar recurriendo a estrategias inútiles como la mentira o el conformismo cobarde. Por eso mismo en sus paseos de cada jueves no hablan del pasado ni hacen planes serios para el futuro. Son por el contrario cronistas de ellas mismas, de sus presentes más inmediatos. Mientras que Julia las juzga y evalúa desde su misterio, Elsa y Amelia relatan su día a día en la oficina o en casa y, a pesar del poso que ha dejado lo vivido y de lo que es fácil entrever del porvenir, parecen aferrarse con casi irracional fiereza a un ahora que quizá sienten que es el último que van a poder elegir cómo vivir antes de que el mundo y la vejez se las lleven por delante.

Todo esto, que cuento en términos muy abstractos para no destripar, Gracia Querejeta ha tenido la fantástica idea de presentarlo en un escenario único: el parque, que es un protagonista más de la historia. El parque, ese pequeño submundo del submundo que son las ciudades donde se entra para salir un rato de las rutinas, los ruidos y los roles sociales. Un jardín botánico de Los Ángeles bastó para el rodaje de Objetivo Birmania (Objective Burma!, Raoul Walsh, 1945) sin que tuviera el equipo de rodaje que pisar el continente asiático. Porque el buen parque lo tiene todo para recrear otros pequeños mundos que, como él, sean autosuficientes y conscientes de sus límites. Lo que le sirvió a Errol Flynn para llegar a aquella base ignota en el corazón de la selva birmana también sirve a estas tres mujeres del siglo XXI para reivindicar su lugar en el mundo. Solo hacen falta plantas, sendas, algún lugar donde reposar los pies y unos límites definidos. Gente de paso y cosas que hacer y decir.
Cinematográficamente Invisibles brilla y a la vez sufre a causa de su consciente humildad. El minimalismo espacial y el mínimo número de personajes hace que se deslice puntualmente, sobre todo en su primera mitad, hacia una teatralidad que puede incomodar al espectador puntilloso. La discursividad algo impostada de los diálogos más reivindicativos tampoco ayudan a mitigar esto. En algunos momentos la continuidad visual no es óptima, quizá porque se ha forzado mucho la variedad en la planificación y el montaje de escenas que, a fin de cuentas, vienen a mostrar todas lo mismo: mujeres que pasean y hablan. En cualquier caso son pegas muy menores que no menoscaban los grandes méritos que a mi parecer atesora esta pequeña gran historia. De hecho, lo peor de Invisibles, paradójicamente, no está en la película pero lo anuncia su título, porque apenas ha podido ser vista. Por su aire reivindicativo y feminista se programó su estreno para el fin de semana de la mujer trabajadora, el 6 de marzo de 2020. Como todos sabemos, al final de aquella misma semana la pandemia que asola el mundo nos confinó en casa y cerró los cines, de forma que su exhibición en salas tuvo por fuerza que ser mínima. Además de eso, y de forma inexplicable en mi opinión, no recibió ni una sola nominación para los Goya 2021. A la espera de que la televisión la trate con más generosidad y de que el tiempo haga bien su trabajo y la ponga en su lugar, no puedo sino lamentar que esta pequeña gema del cine, a la vez verde y madura, humilde y sabia, haya quedado semienterrada, en espera de germinar definitivamente para darnos sus frutos y su sombra.


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Hola tocayo
La pasaron no hace mucho por televisión y, haciendo honor a su nombre, siguió siendo invisible para mí; tuve la inmensa fortuna de fijarme en ella en tvplay y la disfruté hasta el delirio. Gracia Querejeta siempre es interesante pero en esta ocasión lo borda.
Cuentas todo muy bien pero -si no te pongo un «pero» pierdo la condición de tocayo- hay un tema que no tocas y tiene su importancia. Para mí, tan importante como las tres protas y el parque son las ausencias; las de ellas mismas en algunas reuniones y la de los personajes que se nombran y sirven como referencia tanto temporal como de evolución del personaje.
Desde luego una peli para ponerla con mayúsculas en el cine patrio.
Ya se adivina la primavera y ¡Cómo apetece un paseo con INVISIBLES! Manuel.
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Caramba tocayo, qué alegría que coincida usted conmigo en el gusto por esta joyita. Es verdad que me dejé fuera lo que está fuera, que es lo que nutre esta película toda en exteriores de interior. Bien puesto el pero.
Ojalá la trate bien el tiempo. Qué pena que pasara tan desapercibida y que nadie le hiciera caso para los Goyas ni para nada.
Un abrazo, Manuel
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Se me escapó de la pantalla en su momento por la pandemia y veo que también de la televisión, pero es una película que sé terminaré viendo. Me interesa tanto la directora como las tres actrices, además de la temática que trata con ese título sin concesiones: INVISIBLES.
Por otra parte, tengo muy abandonada la filmografía de Gracia Querejeta. Y no por nada especial, lo cierto es que sus películas me apetecen, pero curiosamente se escapan de mi destino. Me da la sensación de que me están esperando todas juntas por algo. Solo he visto Cuando vuelvas a mi lado (y tengo que refrescarla mucho) y Felices 140 (que me lo pasé de miedo viéndola).
Y también otro asunto: me gustan mucho las películas que transcurren en un único lugar: una casa, una habitación, una sala, una oficina, un coche, un ataúd, un tren, un autobús, una barca…, un parque…, y que se las ingenian para ser puro cine.
Beso
Hildy
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Mi querida Hildy
estoy segurísimo de que te va a encantar Invisibles, a pesar de su planteamiento humilde. Para escribir sobre ella me hice un recorrido por toda la filmografía de Gracia Querejeta que pude mirar y descubrí -hasta entonces como tú había visto cosas sueltas- que es una directora con las ideas muy claras y las ínfulas muy bien aquilatadas, así que todas sus pelis son por lo menos disfrutables e interesantes. Dedícales una semanita y verás como te alegras.
Coincido -y creo que cualquier cinéfilo- en tu gusto por las pelis de un solo escenario. Nunca lució mejor Tallulah Bankhead que en aquella balsa. La pena en Invisibles es que -y se nota- la película está planteada para ser así por una cuestión de oportunidad y presupuesto. Como bien apunta el tocayo lo que no se ve en ella es importante, y quizá hubiera estado bien mostrarlo, pero no hay pasta para nada.
El cine se muere y nosotros aquí, con estos pelos.
Un beso muy fuerte y muy visible
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