(Artículo publicado en el nº306 de la Revista VO dedicado a Barcelona, que se puede leer aquí)
Al leer sobre En construcción (José Luis Guerín, 2001) para preparar este escrito, quizá lo que más me llamó la atención fue descubrir que es fruto de un encargo. Fue la Universitat Pompeu Fabra la que propuso a Guerín hacer un documental sobre Barcelona como telón de fondo de la primera edición de su Máster de Documental de Creación. En cuanto a la temática, al parecer el director facilitó una lista de veinte ideas y fue Jordi Balló, responsable de la institución universitaria, quien decidió que fuera la construcción de un edificio el núcleo argumental que Guerín manejaría, eso sí, con absoluta libertad creativa. El realizador barcelonés contó con la colaboración de los estudiantes del máster, lo cual facilitó enormemente -sobre todo desde el punto de vista económico- la tarea de llevar a cabo un proceso que se alargó por tres años. El primero lo pasaron él y su equipo tomando contacto con la situación del barrio y conociendo a sus habitantes. Esta siembra dilatada y paciente de la confianza y el respeto mutuo fue lo que posibilitó que, una vez escogidos los personajes que iban a conducir cada una de las subtramas -por llamarlas de alguna forma- la presencia del equipo de rodaje no amordazara la necesaria espontaneidad de los protagonistas. Guerín siguió las enseñanzas del viejo Robert Flaherty, e hizo con estas gentes de El Raval lo que el tótem del documentalismo cinematográfico había hecho con los Inuits o los habitantes de la Isla de Aran. Esta metodología -que por cierto no es la habitual en el director de Innisfree (1990) o Tren de Sombras (1997)– deja, si el producto final es realizado con talento, dos huellas en el espectador que parecen no provenir del mismo par de botas, y que además hacen por superponerse la una a la otra: por un lado el resultado es emocionante, redondo y la corriente empática entre nosotros y los personajes es fortísima. Por otro lado esa complicidad, que emana de la que hay entre el equipo de rodaje y actores/personajes y que traspasa la pantalla, opaca la necesaria distancia objetiva que parece que debe haber entre quien vive su vida y quien se inmiscuye en ella para filmarla. De nuevo los límites de la ficción se desdibujan y el color del rigor y la objetividad no se sabe de la mezcla de qué pigmentos resulta.

En todo caso, En construcción fue un éxito de crítica, por supuesto, y sorprendentemente -hablamos de Guerín- de público. Casi 150.000 personas acudieron a las salas a ver las 12 copias distribuidas y fue también la ganadora del Goya 2002 a la Mejor Película Documental, categoría que, incomprensiblemente, se estrenaba ese mismo año. No tuvo apenas más promoción que el boca oreja y fue una película querida; no conozco a nadie que tenga mal recuerdo u opinión de ella a pesar de que su planteamiento cinematográfico no es nada complaciente con el espectador. Está compuesta casi en su totalidad por planos fijos de larga duración que contienen conversaciones enteras sin cortar entre personajes cuyas tramas no se entrecruzan ni siguen hilo argumental alguno más que sus ocurrencias verbales o peripecias cotidianas. Durante los dos años que dura el rodaje les vemos crecer, ganar canas los mayores, demacrarse los jóvenes adictos, cambiar de tareas en el caso de los albañiles, pero no hay tesoro que encontrar -bueno sí, pero es desenterrado a los diez minutos del comienzo- ni mundo que salvar, porque el fin de la película es el final de su mundo, o al menos de la parte de sus mundos que hemos conocido.
Y es que En construcción podría haberse llamado En destrucción y nada hubiera cambiado. La veríamos igual, la comprenderíamos igual, la sentiríamos lo mismo. La pista de esa aparente contradicción es una frase explicativa con la que se abre la película: “Cosas vistas y oídas durante la construcción de un nuevo inmueble en “el Chino”, un barrio popular de Barcelona que nace y muere con el siglo”. En efecto asistimos al proceso de demolición de un edificio y luego la construcción de otro en ese mismo solar. El nuevo edificio es lo que se construye pero, sin embargo, cuando esté construído será el inmueble lo único que quede, y aquellos que intervinieron o se vieron afectados por la obra, sea trabajando en ella o merodeando por sus alrededores, se irán para siempre y esas personas, que realmente son la película, habrán desaparecido y habrá culminado entonces su proceso de destrucción. Serán destruidos además en las dos dimensiones que habita el filme: la realidad social y biográfica de sus vidas reales por un lado, y por otro se esfumará su entidad de personajes que, según el mismo Guerín confesó en una entrevista, hay que considerar ficticios en el sentido de que, a pesar de que sus diálogos no estaban escritos ni predispuestos, sí que sus palabras y reacciones fueron manipuladas cinematográficamente y por supuesto editadas para reconstruirlas según los intereses del creador. En el fondo no existe la no ficción de cualquier representación mediatizada. Estos personajes, cuya presencia es realmente lo que vemos por dos horas, y no un curso de albañilería, también mueren con el siglo.

En construcción no es una película sobre Barcelona ni sobre un barrio en declive. Ni siquiera es el informe documental de lo que le ocurre a un solar durante dos años. Realmente es una cinta sobre las personas que habitan Barcelona, el barrio y el solar. En la multitud de planos de transición entre escenas, que son muchos y muy elaborados, Guerín no sale apenas de la calle que vemos siempre. En esos planos se muestran balcones cercanos, ropa tendida, rostros de viandantes y vecinos, y se centra más en las personas que en lo inerte. Solo la cercana Iglesia de Sant Pau del Camp, que parece una ensoñación de origen extraterrestre en este páramo de fea decrepitud urbanística y un enorme reloj publicitario -indisimuladamente alegórico- parecen estar algo más allá de esta calle. Mientras que el templo románico parece habitar en su pasado y siempre lo vemos con otra luz o a través de ventanales, en un segundo término que certifica su distancia del presente, el reloj giratorio funciona como una especie de sol artificial que marca con sus agujas y su rotación vigilante el tiempo de trabajo, el tiempo que queda, el tiempo que pasa, el tiempo que transcurre como una ensoñación para nosotros y como una losa invisible para quienes habitan el solar. Porque esta película, como decía, no va de un barrio, sino de lo implacable que es pasar por el mundo.
Los barrios pasan por un siglo y se destruyen, los jóvenes enamorados pasan por la droga y se destruyen, la reflexión, la poesía y la rebeldía pasan por un marroquí obligado a trabajar de paleta y se destruye, la paz de unos muertos enterrados termina porque hay que horadar más y más en busca de espacio en el subsuelo para hacer un parking, y se destruye. Todas las fantásticas ciudades y puertos que ha conocido el marinero y la lucidez con que parece haber estado dotado llegan la mendicidad y la soledad y la destruyen. Un albañil gallego cada nochebuena compra una botella, o dos, y se destruye. Hay un camino recto que va de la existencia a la destrucción y todo lo que retrata En construcción es una selección de todo lo que recorre esa senda necesaria e inevitable por la que todos transitamos.

El mensaje final, sin embargo, creo que no es doloroso. Guerín es un cineasta de los que tienen un ojo privilegiado, muy especial. Es incapaz de crear imágenes indiferentes y creo que incluso más allá de sus mismas pretensiones, pone lirismo y fuerza simbólica en cada uno de sus planos y elecciones de montaje. No puede evitarlo, es un creador de imágenes más que un mostrador de ideas o situaciones, y por eso ocurre que, como muy pocos cineastas pueden hacer, es capaz de obrar el milagro y darle la vuelta a todo. Que la miseria se trueque en sonrisa, que la especulación urbanística se convierta en buena excusa, que la destrucción de unas vidas desnortadas se vuelva la construcción de unos seres inolvidables para los que deseamos lo mejor y a los que despedimos con una sonrisa aunque sepamos, al terminarse la película, que les espera lo peor.
Sus nombres: Juana Rodríguez Molina, Iván Guzmán Jiménez, Juan López López, Juanma López, Pedro Robles, Santiago Segade, Abdel Aziz El Mountassir y Antonio Atar. Y niños y niñas y gente que pasa.


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Hola tocayo
Muy bonito lo que has escrito… aunque no estoy del todo de acuerdo. Yo creo que el titulo «En construcción» tiene, también, el sentido del famoso «devenir» (soy valiente, no osado; no voy a discutir de filosofía contigo). Como soy -o era- «de ciencias» me permito parafrasear a Lavoisier: Nada se «construye», nada se destruye, todo se transforma.
Un saludo constructivo. Manuel.
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Hola tocayo,
el verbo devenir es lo mejor que nos han dado los franceses, empatado con el Tour. Nada que objetar a tu objeción.
No sé por qué me ha sorprendido que seas de ciencias… Y es que lo eres, no lo eras, porque con lo que cuenta estudiar y construir el conocimiento merece respeto y afán de conservarlo, aunque se transforme en ideas vagas que ya no se pagan.
Eso del cambio y la transformación fue, fíjate tú, lo primero que preocupó a los filósofos primeros que, por cierto, eran de ciencias también. «Físicos» les llamaba Aristóteles…. Otro de ciencias.
Un abrazo
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Manuelllllll, qué alegría leerte de nuevo.
Sí, yo fui una de esas espectadores que vieron En construcción cuando se estrenó y se quedó además encantada del visionado. Recuerdo que una de las cosas que se me quedó grabada de este documental fue a unos obreros viendo en la tele Tierra de Faraones de Howard Hawks.
Me alegro de tu vuelta.
Por cierto ¿te gusta Tren de sombras de Guerín? A mí me parece una obra muy especial. Difícil, pero hermosa.
Beso
Hildy
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Hola Hildy querida!
irme no me voy nunca, pero hay temporadas en las que o no encuentro el tiempo o no encuentro las ganas de escribir, pero no pasa nada, ¡todos somos contingentes, solo tú eres necesaria! jeje.
Si algún día me canso o veo que me es imposible seguir con el chiringuito abierto, supongo que debería despedirme hablando de Tren de sombras… Sí, si me gusta a pesar de su exigencia. En general lo que he visto de Guerín (no todo ni mucho menos) me gusta, tan solo me aburrí y dejé a medias con La academia de las musas, pues me daban mucha pereza las simplezas que decían sobre Dante al principio… Lo mismo luego mejoraba, pero no quise aguantar.
Un beso fuerte.
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