Gallipoli (Peter Weir, 1981)

La alegoría es tan obvia que casi hiere: mientras más rápido corres antes llegas a la meta, pero cuando te toca nacer en la época y el lugar equivocado la meta no la escoges, y tu velocidad solo te sirve para alcanzar el primero el fin que no deseas.

La historia empieza en Australia, en espacios vacíos alejados de todo donde el aislamiento promueve un eco deformado de lo que ocurre en el resto del mundo. Allí se encuentran dos jóvenes de personalidades aparentemente contrapuestas. Archy (Mark Lee) es correcto y cumplidor, entrena con denuedo para ser el mejor atleta de su país pero en cuanto oye que su patria le necesita abandonará su deporte y su familia, todas las ilusiones que tiene, para alistarse y marchar a combatir al frente turco en la IGM. Frank (Mel Gibson) es otro joven deportista de mucho talento, pero su don es natural. No necesita la técnica ni cuidarse para ser el mejor en carreras al sprint, y vive de lo que gana apostando por sí mismo. Tiene más mundo y cabeza que Archy, por eso él no quiere saber nada de la guerra ni traga con la propaganda, Sin embargo, tras atravesar un desierto para llegar a Perth, donde nadie les conoce y no habrá pegas por la edad de Archy -17, la exigida son 21- para que se aliste como desea. Poco después Frank se verá obligado a enrolarse también, y en Egipto, donde el ejercito australiano tiene sus cuarteles y maniobra, se reencontrará con Archy y sus amigos. Egipto solo se parece a Australia en el desierto que lo sostiene, pero a diferencia de la austral excolonia despoblada, es un mundo exótico y abigarrado. Su exuberante comercio de sexo y antigüedades falsas no es solo una oferta de placeres breves y souvenires, sino el disfraz de una historia pasada que sin embargo deja entrever, con toda su tramoya, que esta es una tierra más llena de vida que la que conocen, y que más que un lugar de paso podría ser un lugar para conocerse mejor a uno mismo, para entender también a otras culturas, para hacerse cargo de las necesidades, costumbres y puntos de vista de los demás y quizá comprender al fin por qué las guerras son innecesarias y que, paradójicamente, mejor les hubiera ido quedándose en Australia y no llegando a conocer nunca este escaparate de otros mundos que es solo un lugar de paso hasta Galípoli.

En Galípoli aguarda la meta que ellos creen perseguir, pero que en realidad es ella la que va a salir a su encuentro. Allí encuentran los horrores de la guerra, con los que aún se permiten juguetear -cuanta resistencia a abandonar la niñez- en la hermosa escena en que se bañan desnudos bajo el fuego de los morteros. Después llega la Batalla de Nek en la que, de forma absurda, sucesivas oleadas de soldados son enviados, sin ni siquiera balas, a una muerte segura, pues apenas a 50 metros decenas de ametralladoras esperan para tumbarles. Cortadas las comunicaciones, se hace necesario el servicio de soldados mensajeros que a toda velocidad transmitan las órdenes. De los dos que venimos conociendo uno corre y el otro declina hacerlo, prefiere luchar, aunque cuando salta de la trinchera hacia tierra de nadie nada más sabe o puede hacer que correr con las manos vacías hacia la muerte.

Peter Weir es uno de los cineastas que mejor ha comprendido, y que con más perfección ha rodado que en ocasiones el ambiente, el escenario, debe superar a los personajes, que estos tienen que ser mostrados como dependientes de aquel, y que la belleza o el poderío de ese escenario son quienes dan el último retoque a estos personajes y los poseen. Esto es algo que viene del western, claro, y también del documentalismo lírico de Flaherty, y que rebosa en las epopeyas de David Lean. El director australiano, por su parte, ya había mostrado su enorme talento para fundir personas y paisajes en Picnic en Hanging Rock, esa extraña maravilla de la que espero ser capaz de hablar algún día en la que unas formaciones rocosas y unas luces sedosas se llevaban para siempre a unas colegialas que nunca fueron en realidad, trastocando el pequeño universo de esa gran primera Australia que Weir retrata tanto allí como aquí, en Gallipoli. Además de conseguir una puesta en escena especialmente inspirada, hermosamente fotografiada, etc, Peter Weir ha determinado narrativamente dos líneas paralelas que al final, en contra de la geometría pero a favor de nuestra emoción, terminan encontrándose. Por un lado está la línea de las personas y las relaciones humanas: el encuentro, amistad, camaradería, anecdotario y emociones compartidas entre Archy, Frank y los demás compañeros de armas. Esta línea se va convirtiendo en un racimo: empezamos con Archy, luego se suma Frank, luego el resto de amigos, luego el Mayor, qué inmenso personaje, luego otros oficiales, otros soldados y al final un ejército entero del ANZAC que convive hacinado y malmuere al otro lado del mundo.

En paralelo a esta línea de las personas, está la línea de los espacios. Empezamos en Australia, una inmensidad vacía en la que dos amigos que cruzan un desierto están tan expuestos a disolverse en la muerte como los muchachos que saltan de la trinchera. Un espacio inmenso para solo dos personas que, sin embargo, pueden atravesar gracias a la providencial ayuda de un viajero que, aunque salva a los dos chicos con su agua y un trozo de carne, no sabe nada de la guerra, ni de la misma Perth hacia donde estos se dirigen, y sin embargo es dueño de su vida y su supervivencia. En el capítulo egipcio, el más amable y festivo y quizá el más triste visto en retrospectiva, porque solo es la representación ilusoria de un mundo que no volverán a habitar quienes los disfrutan, hay un equilibrio sano y soportable del espacio que recibe a nuestros personajes con lo que estos requieren. Está el abigarrado zoco en el que entregarse a la perdición -o dejarse estafar- sin que nadie tenga tiempo a reconocerte. Está el desierto acotado en el que se practican risibles e inútiles juegos de guerra y en el que más que practicar la muerte los soldados juegan a jugar por última vez en sus vidas, aunque no lo saben. Y están las mismas pirámides. A una de ellas se suben Archy y Frank para disfrutar quizá el último rato verdaderamente especial de sus vidas. Peter Weir ha concedido a estos dos chicos anónimos y recónditos la oportunidad de contemplar el mundo que los usa como carne de cañón a 4000 años de altura. 

Finalmente la playa de Galípoli es donde muchas personas, demasiadas, excesivas, se apelotonan en un espacio mínimo y hostil lleno de trampas y enemigos. En esta anarquía regida por las órdenes de oficiales que no ven lo que ocurre, poblada por soldados que no saben donde están y organizada en trincheras imposibles de recorrer a la carrera, vienen a dar Archie y Frank, rodeados por una turba de jóvenes compatriotas que como ellos están aquí para una vida que apenas han empezado a vivir.

Gallipoli es una película emocionante, de esas que terminas con el nudo en la garganta sin saber muy bien como ha llegado hasta ahí. A ello contribuye una banda sonora que, lo confieso, a mí no me agrada demasiado. Es una combinación de melodías de Brian May, el sensiblero Adagio de Albinoni y fragmentos de Oxygene, de Jean Michel Jarre. En mi opinión la música resulta algo postiza, pero poco importa si me puedo abstraer de ella con la belleza de tanta imagen inolvidable. El ojo de Peter Weir es un pincel muy fino que nos deja con Gallipoli un sinfín de imágenes imperecederas. Ya hemos mencionado el baño de los soldados, la travesía del desierto en planos generales, pero podríamos hablar de ese tosco caballo de Troya que trae la muerte consigo en forma de reclamo para alistarse, o del mismo casting de los protagonistas, de bellezas bien actuadas y complementarias, y qué me dicen de ese primer asalto que Frank presencia con espanto pero que solo escuchamos. Legendario es su plano final, congelado, que ya fue captado por Robert Capa antes de nuestra película pero después de la Batalla de Nek, cerca de Cerro Muriano, Córdoba. Me quedo, sin embargo, con unos planos fantasmagóricos de la lancha de desembarco: una luz fuerte, artificial y exagerada, deslumbra en la noche a estos jóvenes que llegan al lugar en el que si se entra, como dice un cartel que hay por ahí parafraseando a Dante, se debe abandonar toda esperanza.

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6 respuestas a “Gallipoli (Peter Weir, 1981)

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  1. Hola tocayo

    Se amontonan los recuerdos -cinéfilos y de los otros- con esta peli. Pienso en «Senderos de Gloria» que no puedo asegurar que la hubiese visto entonces pero las trincheras parecían comunicarse; pienso en Mel Gibson por el desierto, entonces arrasando con MadMax -te «situaba» para que el golpe fuese mayor-; recuerdo que era estudiante con prórroga (toc, toc ¡Hola! soy tu mili); pienso en la muy reciente «El maestro del agua» en la que Russell Crowe parece que es el padre de algunos secundarios de esta. Lo cierto es que la peli me gusto mucho… y eso que no recuerdo nada de la zona Egipto

    Curiosamente cuando pude ver «Hanging Rock» no le pillé el punto y es de las que menos me gustan de Weir. A veces crear grandes expectativas juega a la contra.

    Un saludo, Manuel.

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    1. Hola Tocayo

      No he visto la de Russell Crowe. Entre mi poco interés en las cosas que se estrenan, o que no se estrenan en mi pueblo o que no estoy a lo que hay que estar tengo el páramo del cine actual lleno de lagunas, unas más imperdonables que otras. Me la apunto.

      Yo vi Gallipoli por primera vez hace unos años, no muchos, sí recuerdo por lo contrario lo que me impactó en la infancia ver Mad Max, cuando atropellan a su familia. Yo tendría no sé, 7 u 8 años, y es de esos momentos de cine que recuerdas más como un golpe de la vida que como un trozo de arte.

      Con Hangin Rock a mí me pasó un poco al revés que a ti, que la vi (también hace relativamente poco) sin grandes expectativas, esperando aburrirme, y me dejó fascinadillo. Pero te confieso que la volví a ver poco después acompañado, en otro contexto menos introspectivo, y me gustó bastante menos, o me pareció lo que pensaba que iba a parecerme antes de descubrirla. Sin embargo prefiero recordarla y citarla siguiendo mi primera experiencia.

      Un abrazo improrrogable

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  2. Peter Weir es un director al que tengo bastante cariño y Gallipoli es una película que me gusta mucho, porque es de esas que se te quedan en mente. En mi caso, esa secuencia donde todos los soldados pasan los momentos previos a una batalla que saben suicida y hacen pequeños gestos cotidianos como escribir una carta, dejar un reloj, mirar una fotografía… Y, por supuesto, esa carrera final que comentas y la imagen congelada. Es una de esas películas sobre la primera guerra mundial que no puede faltar en una filmografía sobre dicho evento, ¿verdad?

    Además es una de esas películas que hizo que nos empezáramos a fijar en Mel Gibson. Al año siguiente haría con Weir también «El año que vivimos peligrosamente». He visto mucho de Weir. Y no sé con cuál me quedaría de su filmografía.

    Creo que las que más veces he visto han sido «El club de los poetas muertos» y «Único testigo». Me encantan las dos y no me canso de verlas. Luego iría «El show de Truman». No me importaría volver a ver como fan del género de la comedia romántica «Matrimonio por conveniencia», una película que me encanta, pero que no es fácil que la emitan, ni está en plataformas y no se encuentra en otros formatos. Pero hay una película que siempre me ha gustado y me ha resultado muy interesante, a pesar de que resultó un fracaso en su momento, «La costa de los mosquitos».

    Beso

    Hildy

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    1. Hola Hildy!

      En general me gusta mucho lo que he visto de Peter Weir, pero te confieso que hay dos o tres películas suyas que es un poco como que he decidido no ver, reservármelas de alguna forma aunque sé que me voy a arrepentir cuando las descubra de haber retrasado el momento. Por ejemplo La última ola. Sí he visto las que mencionas aunque algunas las tengo muy muy lejanas, como El año que vivimos peligrosamente y Matrimonio de conveniencia, aunque espero recuperarlas en breve. No sabía que La costa de los mosquitos fuera un fracaso. Me sorprende aunque no la veo desde hace décadas. Más tarea.

      Una que me gusta mucho, ya que no la mencionas, es Master and Commander. A mí me parece un peliculón, pero tengo la sensación de que está un poco olvidada. Lo mismo llegó tres décadas tarde.

      Un besazo!

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  3. Al igual que le sucede a Hildy, Peter Weir es también una debilidad personal mía. Me parece un cineasta con una carrera muy sólida, quizá sin una GRAN obra maestra pero sí con un nivel medio muy bueno. Me gusta contraponerle con Ridley Scott, del cual, a juzgar por lo poco que he visto, me parece que le sucede al contrario, con tres primeras películas extraordinarias y luego una carrera pasable cuyo renombre se ha basado en el recuerdo de éstas. Creo que ese poco reconocimiento de Weir se debe quizá a que no tiene un estilo autoral tan reconocible y los cinéfilos todavía nos basamos en eso de las teorías de autor a la hora de elegir a los cineastas a tener en cuenta, pero para mí es justamente un ejemplo de un tipo de director que echo de menos hoy más que nunca: un cineasta de cine comercial bien hecho con algunos proyectos más personales entre medio (incluyendo un debut fascinantemente extraño que parece como si Cronenberg hubiera dirigido una versión de la serie de dibujos de los Autos Locos).

    Me he enrollado mucho sobre Weir en general porque Gallipoli me gustó mucho pero apenas la recuerdo más allá de la impactante escena final y de la sensación constante de estar viendo una muy buena película, sensible sin ser más dramática de lo necesario, honesta y con un muy buen uso de esos paisajes a los que usted alude tan bien. Le debo un revisionado a ésta y a La última ola, que la recuerdo como una de las que más me gustó pero tiene ese punto tan especial-extraño que no tengo ni idea de qué me parecería ahora.

    Un saludo.

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  4. Hola Doctor,

    coincido en general en su opinión sobre Peter Weir, y me parece muy conveniente la comparación que hace con Scott. Por cierto, se me viene a la cabeza un sucedido, y es que antes mi tienda taller habitual de bicicletas da la casualidad de que solo vendía dos marcas: Ridley y Scott. Le dije un día que por qué no le puso a la tienda Blade Runner en vez de Pamo Bikes, pero creo que no lo pilló…

    Es una pena que Weir no se haya prodigado más, que haya filmado tan poco. La verdad es que desconozco hasta qué punto es decisión suya o que la industria le tiene alergia por algún motivo, pero prefiero eso y no que acabe como Scott, que mientras más dirige más pereza me da ver sus cosas.

    Un abrazo!

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