¡Esposa! ¡Sé como una rosa! (Tsuma yo bara no yô ni, Mikio Naruse, 1935)

Antes de nada siento la necesidad de compartir algo con urgencia. De hecho es probable que cuando usted lea esto ya haya dejado de tener vigencia, pero no sé, necesito contarlo ahora. Se trata simplemente de que en junio de 2024, cuando redacto estas líneas, Setsuko Horikoshi, que hace un papel secundario en esta película de 1935, en concreto de la hermanastra costurera de la protagonista, aún sigue viva a punto de cumplir 109 años. Lo he descubierto al curiosear sobre los intérpretes, como suelo hacer. Es muy común que me encuentre con actrices japonesas que han fallecido nonagenarias (actores menos, es lo que tienen el sake y el fumeque) o que aún siguen con nosotros habiendo trabajado en los 50, pero creo que nunca he visto una película de hace 90 años en la que uno de sus personajes adultos siga entre los vivos. Es una sensación extraña que emparenta con esa otra que tengo, que tenemos muchos supongo, cuando pensamos que todas las personas que vemos en pantalla en las películas viejas están muertas.

Setsuko Horikosi

Hoy puede parecernos una fruslería, pero cuando empezó a hablarse del cinematógrafo -con la fotografía unas décadas antes pasó algo parecido- una de las cosas que más daban que pensar a los estetas y juntaletras de entonces es que estas tecnologías traerían la posibilidad de resucitar de alguna forma, y hacer eternos, a los seres queridos o a la gente importante. Al saber hace un rato, curioseando, sobre la centenaria Setsuko Horikosi, me ha tocado una emoción parecida quizá a la que debió de tocar a aquellas personas que descubrían esa nueva forma de resurrección que son las imágenes en movimiento, aunque sea justo por la razón contraria. Es como si esta mujer hubiera vuelto de entre los muertos, y tenía que comentarlo. Por cierto, que apenas se puede saber nada de ella. Solo hizo 25 papeles en 50 años de carrera según IMDB, lo cual es extrañísimo en el contexto del cine japonés. La mejor película en la que participó, pero entonces no me di cuenta, es Las Hermanas Munekata, donde interpreta a una criada ¿Cuántas generaciones de rosas habrá contemplado esta mujer? Vamos ya con la peli. Aquí la tienen subtitulada en español.

¡Esposa! ¡Sé como una rosa!, que traduce el original, se antoja un título peculiar, pero es que además no se entiende muy bien vista la película, porque las dos esposas que aparecen en ella -bueno, técnicamente solo una es esposa (tsuma) y la otra es amante o concubina, de hecho una geisha retirada- son como son, cada una a su manera, y nadie les exige que sean como vegetal alguno. Es el marido de ambas el personaje al que se le fuerza a cambiar o ser de determinada forma. La sinopsis: Kimiko (estupenda protagonista, Sachiko Chiba) es una chica moderna y trabajadora -¡viste traje y corbata!- con un novio tan simpático como ella, Seiji (Heihachirô Ôkawa) que vive con su madre, una mujer amargada por el abandono del esposo hace muchos años. Esta mujer (Toshiko Itô) tiene ínfulas artísticas y se pasa el día componiendo poemas, despreocupada de la economía de la casa que sostiene Kimiko. Volviendo un día en taxi con Seiji, Kimiko ve por las calles de Tokio al padre que la abandonó de niña, pero baja del coche y ya no da con él. Tras la decepción de que no las visite esa noche habiendo venido a la capital, la dispuesta hija se pide unos días libres y marcha para el pueblo de montaña donde sabe que está su padre para exigirle que vuelva a casa. Aquí termina la primera parte.

La segunda parte es la experiencia de Kimiko en el pueblo, donde conoce a la compañera de su padre, Oyuki (Yuriko Hanabusa) que es una joya de mujer, y a sus dos hijos, un típico niño nipón frustrado porque nadie le cuenta nada y la ahora centenaria Setsuko Horikoshi. El padre es un mindundi que aspira a encontrar oro y se pasa el día en el río bateando arena sin valor. Le mantienen y le quieren su Oyuki, peluquera, y su hija costurera. Sin entrar en más detalles, diré que Kimiko se da cuenta de que la nueva familia de su padre le necesita y le quiere mejor que lo haría su madre, pero le insiste en volver con ella a Tokio al menos para fijar el acuerdo de matrimonio con los padres de Seiji. Del tercer acto, en Tokio de nuevo, mejor no digo nada.

Para los aficionados al cine del Naruse más clásico, es decir, el de posguerra, puede resultar más que interesante el visionado de ¡Esposa!… Por varias razones. La primera, el aspecto formal. En esta ocasión Naruse se dejó llevar por esa ola de barroquismo en la puesta en escena que, de Murnau en adelante, recorrió el cine americano primero y unos años después el japonés y otros, coincidiendo con la llegada del sonido. No diré que canse, pero es imposible no estar pendiente de los constantes experimentos con la cámara. Todos los planos son o en innecesario movimiento, o tomados tras algún seto/valla/ventanuco, o se columpian en picados y contrapicados de ángulo agudo. Obsérvese por ejemplo este momento en el que Naruse encuadra el rostro de los personajes en el hueco que dejan las ramas de un emparrado.

 o esta extraña conversación rodada en planos y contraplanos contrapicados y saltándose el eje de la mirada

Toda esta sucesión de ocurrencias es tan continua e insistente que en vez de resultar cargante termina ganándose mi simpatía, porque convierte la película en algo distinto e inesperado teniendo en cuenta, como digo, la sobriedad que caracterizará luego el cine del director de Nubes dispersas o La voz de la montaña. Contribuye a esa simpatía que desprende la película la tremenda jovialidad con la que se logra impregnar cada momento, incluso los que podrían ser más lacrimógenos. De hecho el personaje que en principio debería ser más profundo o interesante desde el punto de vista melodramático, que sería la madre poeta abandonada y rota por la ausencia, en realidad es tratada con no poco recochineo por todo el mundo, que se burla de sus malos versos que no apenan a nadie. 

Esta alegría que contagia la película entera, y que imposibilita por completo un dramatismo  ramplón al estilo shimpa que la hubiera vuelto más sosa, reside sobre todo en el buen rollo que desprende la pareja de Kumiko y Seiji. No es habitual asistir, en el cine clásico japonés, a una relación amorosa en clave de complicidad amistosa. Más que prometidos parecen amigos, incluso hermanos pensaba yo en los primeros minutos hasta que se me clarificó la dramatis personae, que ya saben que en el cine japonés a veces se tarda un ratito en saber quién es quién. Kumiko es moderna, resuelta, simpática, profesional, perspicaz y finalmente muy sensata. Ella sola sirve para que comprendamos su época, esos extraños años en los que Japón, después de una oleada de occidentalización cultural e ideológica brutal en los años 20, se siente moderno todavía. De hecho esta película es probable que solo 3 o 4 años después no hubiera sido aprobada por la censura ya que, aunque no vaya contra ningún precepto legal ni moral imperante, sí que se sostiene sobre una liberalidad y una flexibilidad moral que no estará bien vista por los guardianes de las esencias tradicionales cuando la cosa imperial se ponga seria.

 ¡Esposa! ¡Sé como una rosa! queda pues como una pequeña anomalía llena de humanidad y simpatía. Es una película breve por cierto y agilísima, imposible aburrirse viéndola. Su moraleja es muy sencilla: hay que dejar que cada cual, por muy mindundi que sea,  habite los riachuelos sin oro y los corazones agradecidos si ha sabido encontrarlos. Otra moraleja es que no hay que tomarse el arte ni lo elevado demasiado en serio. Esto lo refleja muy bien un momento en el que Seiji procura componer un haiku sobre el hambre que tiene para que la suegra inspirada le tenga en cuenta. 

Y otra secuencia simpática de mil: el padre ignorante y cateto se duerme asistiendo a la misma representación de La Danza del león de Kikugoro (Kikugoro no Kagamijishi) sobre la que su amigo Ozu componía en ese tiempo un peculiar documental. Aunque creo que no comparten plano alguno los dos films (este además no es Shochiku, sino de la Toho o su precedente inmediato) sí se trata de la misma obra y el mismo actor,  Onoe Kikugoro VI, hijo a su vez de Kikugoro V, protagonista de Momijigari (1899), una de las primeras películas japonesas que conservamos con contenido narrativo. Se la dejo por curiosidad.

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4 respuestas a “¡Esposa! ¡Sé como una rosa! (Tsuma yo bara no yô ni, Mikio Naruse, 1935)

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  1. Hola tocayo

    La película no sólo está hecha de forma rara sino que el argumento tiene un aire que flota entre lo surreal y lo irónico. Una madre «compositora de Blues» que da clases de poética y… cobra en flores; un padre que basa todo su futuro en encontrar oro, va de «negocios» a Tokyo -y lo ve su hija y se encuentra con su cuñada (otra esposa en la peli) (¡qué pequeño era Tokyo!)-; ambos parecen ajenos a la economía y hechos el uno para el otro; también tenemos al «Tío» -suponemos que hermano de ella- que ha ido teniendo aficiones a cual más rara, ahora «canta» temas un tanto barrocos. Y qué decir de la relación entre Kimiko y su novio -¡que toca guitarra española!- están todo el rato haciéndose gracietas (y ofreciéndose té «inglés») pero cero cariños.

    ¡Ojo, elucubración! Ha principios del siglo pasado se compuso una canción que fue muy famosa durante la primera mitad del siglo «Mighty lak’a rose», muchas veces cantada como nana, habla de como una mamy -supuestamente negra- le canta a un niño blanco que es «poderoso como una rosa». Vamos una madre cuidando a un hijo que, claramente, no es suyo. La cantó todo el mundo… hasta que el tema racial apareció. Incluso un blue eyes como Sinatra aunque está claro que es más indicado para una mujer. Tal vez hay está la referencia floral.

    Otro detalle tonto: cuando Kimiko «hace dedo» y se remanga el kimono recuerda poderosamente -como una rosa- a cuando Claudette Calbert se sube la falda en «It Happened One Night»… un año antes.

    Un saludo de torneo floral, Manuel.

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  2. Hola Tocayo,

    una vez más, y van mil, te agradezco que completes con tus sabios comentarios mis apuntes quizá desganados. Dices de la peli cosas más interesantes que yo, el magro público lector lo agradecerá.

    Bonita canción la que mencionas, la escucho por primera vez mientras escribo esto. No tengo ni idea de dónde procede el título, lo mismo te has tirado el pisto certero. No lo puse en la entrada pero la novela en la que se basa la peli se llama «Dos mujeres», así que nada de rosas por ningún lado. Puede ser que alguno de los versos de la esposa legal haga referencia al oloroso vegetal y no lo haya tenido en cuenta el subtitulador. Puede ser que estuviera de moda por aquel entonces en el país del sol naciente una canción o un verso que remeda el título. Ni idea.

    En cualquier caso, como siempre, mil gracias tocayo. Hoy pasé por tu pueblo camino del mío y, contemplando ese cementerio de excavadoras que lo jalona me dije a mí mismo: mi tocayo es como cualquiera de esas, pero a tope de vida.

    Un abrazo rosado

    PD: dejo correr a Paul Robeson y me encuentro con Madrid que bien resistes…. Mundo, qué mal envejeces

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  3. Amigo Manuel, cómo celebro que escriba una vez más sobre Naruse, pero sobre todo sobre este filme que hace tiempo que quiero revisionar, ya que además vi en una copia muy mala, que era la única que pude encontrar en esa época, y ya puede disfrutarse a calidad más que decente.

    Sobre la centenaria Setsuko Horikosi, lo de que sigue viva una persona que trató con artistas que consideramos de otra época tan lejana como Naruse o Ozu es un dato que reencuentro de tanto en tanto y luego olvido, para volver a sorprenderme cuando doy de nuevo con él. En el ámbito del cine mudo aún quedaban hasta hace poco vivos algunos actores infantiles como Baby Peggy, y era extraño pensar que todavía compartíamos contexto con gente que vivió la era muda y el salto al sonoro.

    Sobre el filme me temo que no puedo comentar mucho más allá de haber disfrutado su reseña y los comentarios de su tocayo, pero sí que nos parecen curiosos estos títulos japoneses imperativos que no son tan raros en el cine de Naruse de la época. Veamos unos cuantos: Flunky, Work Hard! (1931), No te pongas nervioso (1931), ¡Sé alguien! (1932) y, mi favorito junto al que nos ocupa, Señoras, cuidado con sus mangas (1932).

    Un saludo y cuidado con sus mangas, Manuel.

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  4. Hola Doctor!

    ya sabe usted que las mangas del kimono tienen mucho peligro con sus grandes bolsillos en los que es fácil escabullir un anillo robado o una daga traidora o un fusil ak-47.

    Me dice usted de Naruse… Le voy a hacer una pequeña confesión, y es que en la cola de cosas escritas para el blog desde hace meses casi que solo tengo reseñas sobre pelis japonesas viejas como esta, más entrañables que memorables quizá, pero que es casi que sobre lo único que me apetece escribir últimamente.

    En esa cola de espera hay otro Naruse menor pero que seguro que a usted le encanta porque la protagonista no necesita ni que se la nombre… Vaya, decidido, esta semana se la publico y así entra usted en el verano de la mano de nuestra admirada Hideko Takamine en su versión más simpática.

    Un saludo, mi centenario Doctor.

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