Creo que debo empezar este comentario pidiendo perdón al maestro danés. Le estoy faltando al respeto escribiendo sobre esta película, y tú también, lector/a, así que si tienes ya muchas deudas contraídas con los dioses del celuloide quizá sea mejor que no sigas aquí y busques otro sitio en el que leer sobre Toy Story 6 o lo que toque. Efectivamente estamos faltando al ruego de un genio muerto, pues Dreyer pidió en varias ocasiones que esta película NO se incluyese en su filmografía. La ignoraba totalmente, no hablaba de ella excepto para decir: “no existe” y su esfuerzo por enterrarla en el olvido tuvo cierto éxito hasta que, llegado estos tiempos infames de información desbocada y disponibilidad absoluta, es difícil no toparse con ella y dejarse arrastrar por la curiosidad. Como ejemplo de todo esto, en el documental Carl Theodor Dreyer: mi oficio, de 1995, que afortunadamente tenemos en youtube con subtítulos en castellano y en el que se glosa toda su trayectoria, no se menciona el nombre de la película supongo que por escrupuloso respeto y sólo se hace una vaga mención a un error sueco del que no hay que decir nada.

Dos personas (o Dos Seres) es una película que Dreyer realizó en Suecia en 1945. Tras el estreno en 1943 de Dies Irae, usó la excusa de tener que promocionarla para conseguir el permiso necesario para salir de Dinamarca, por aquel tiempo ocupada por la Alemania nazi, y así escapar de posibles represalias, teniendo en cuenta su posición entre la intelectualidad danesa. Así pues llegó a Suecia y se encontró con el ofrecimiento de dirigir una película con guión y actores impuestos por la productora nacional sueca, en aquel tiempo por cierto codirigida por su admirado Víctor Sjöstrom. De hecho, cuando tiempo después le preguntaban por las flojeces de esta cinta que ahora comentamos, su respuesta era “pregúntale a Sjöstrom y Dymling”. Al parecer, una vez la hubo rodado, la Svenk Filmindustri (de la que ambos eran capitostes) añadió y eliminó escenas, lo que en cualquier caso no alteraría mucho el resultado final pues está claro que no es la película que Dreyer hubiera querido hacer y que por las causas que fueran tampoco es en la que más empeño o genio quiso o pudo poner, más allá de ciertos destellos magistrales. Quede claro, por tanto, que faltamos a la voluntad del muerto hablando de la película que no quiso hacer y diciendo lo que no querría oír.
Cuidado con el maestro, que sabe resucitar a los muertos y enterrar vivos a los curiosos… Que cada uno asuma la responsabilidad de seguir o no leyendo.

Dos personas, digámoslo ya sin ambajes, es una película normalita tirando a mediocre. Es un producto meritorio, eso sí, y por cierto entretenido de ver, por la intriga que encierra la trama (es en buena parte un whodunit) y por un final bastante interesante, inesperado en este tipo de historias. De hecho, si no supiéramos que es una película de Dreyer, curiosamente lo único objetivamente malo de la película podríamos decir que es la falta de pericia del director, pues siendo una historia convencional tratada de forma convencional, uno no entiende los muchos fallos puramente técnicos achacables a la realización y las decisiones de puesta en escena. Lo más llamativo es sin duda una continuidad bastante extraña y algunos saltos de eje que, si no fuera porque solo hay dos personajes en toda la película en un solo escenario, nos tendrían muy despistados. Esto del dichoso salto del eje es cierto que Dreyer, como otros maestros que saben crear su propio estilo, no se lo toman, por supuesto, como una regla de oro. De hecho esta peli fue el segundo plato de una sesión doble que me monté y que empezó con Dies Irae, en la que también hay “fallos” de continuidad y «saltos de eje», pero ni importan ni se notan, porque están supeditados a otros criterios muy superiores, como la creación de espacios y miradas característicos de Dreyer. En Dies Irae estos errores, digo, son curiosidad y hasta marca de estilo, pero aquí son un horror.
Dos personas se presenta en forma de cierto desafío técnico, al estilo de La Soga de Hitchcock. Es una historia que sucede en tiempo real (a excepción de un pequeño flashback) en un solo espacio y con solo dos personajes. Su trama es interesante y entretenida de seguir, como decía antes: un famoso químico (Dr. Lundell, el protagonista) es acusado de plagiar los descubrimientos de otro, y casualmente el mismo día que se hacen públicas las pruebas aparentemente irrefutables de este plagio el científico plagiado (Dr. Sander) aparece muerto. Lundell asiste a todo esto junto a su esposa, que algo tiene que ver también con el Dr. Sander sin que Lundell lo supiera hasta que se precipitan los acontecimientos. Como Lundell obviamente es el primer sospechoso de la muerte de Sander, la historia fluctua entre las novedades de la investigación, las sospechas de unos y otros, los conflictos de pareja que se derivan de la situación… Es una trama muy teatral, como puede adivinarse, pero sí debemos reconocer a Dreyer que ese aspecto ha sabido llevarlo por buen camino, porque no es una película que “huela a Estudio 1” como sucede con otras. Además están resuelta con habilidad la narración de los acontecimientos exteriores a la acción del piso del Dr. Lundell, que son los relativos a la denuncia y muerte de Sander, a través de los medios de comunicación. Es una película en la que la radio tiene un papel muy destacado, y eso también la hace particular.
Sin embargo la historia carece de profundidad, y aunque como he dicho creo que el tramo final, que es lo “más Dreyer”, salva la historia, no deja de haber un aire de normalidad e intrascendencia que lo llena todo. Quizá los mayores culpables de esto sean, aparte de que Dreyer no ha ejercido su estilo personal, dos actores en mi opinión, y con todo el respeto a la profesión, bastante desubicados, tanto en el tiempo (son mayores de lo que deberían ser los personajes, se supone que un matrimonio recién casado) como en el lugar, porque son muy melodramáticos y convencionales. Da la sensación de que Dreyer pasó totalmente de dirigirlos. De hecho la película se hizo precisamente para que cumplieran ambos intérpretes contratos ya firmados, por lo que el maestro danés era realmente el más prescindible de todo el asunto, y se nota. Mención aparte merece el bailecito «español» que se marca la Terremoto de Estocolmo seguido por el -eso espero- único ¡olé! de la filmografía de Dreyer, que duele como una estaca en la rodilla.

En fin, de todas formas, y como siempre, invito a ver esta película que, repito, no deja de tener su interés y su intríngulis. De paso tendremos una prueba más de que incluso los mayores genios están en peligro de ser, cuando la necesidad aprieta, normales, falibles, contingentes y medianos.

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