(Artículo publicado originalmente en la revista Versión Original, en el nº 300 de febrero de 2021 dedicado al a las óperas primas)
El cine de Forugh Farrojzad (Teherán,1935-1967) quizá sea el que más calidad, poesía, grandeza y vigor cinematográfico concentra por segundo en toda la historia. Porque la filmografía de esta poeta iraní empieza y termina con La casa es negra (Khaneh siah ast,1963), pieza documental que apenas pasa de los 20 minutos y que trata sobre una leprosería. Sin embargo, es tal su intensidad visual y simbólica que nadie con la cabeza sobre los hombros puede pasar por ella sin emocionarse y sin tirarse de los pelos del alma y de la razón.
Mira:
Todo mi cielo se llena de estrellas fugaces.
Tú viniste de muy lejos, de muy lejos,
de la tierra de aromas y luces.

Forught Farrojad fue una mujer libre e iconoclasta. Sufrió el oprobio insoportable de las autoridades y del mundo literario del Irán de mediados del siglo pasado a causa de su insobornable independencia personal y su rechazo de los roles femeninos tradicionales. Murió en un accidente de tráfico con solo 32 años, dejando varios libros que renovaron la poesía persa y este cortometraje, poema breve hecho de oración, luces y llagas.

La casa es negra es un ramillete de estampas de la vida cotidiana en una residencia para leprosos situada en la ciudad de Tabriz, al norte de Irán. Fue un encargo gubernamental y es por ello que, en apariencia, se trata de un reportaje o documental breve para concienciar sobre los esfuerzos institucionales por paliar los estigmas físicos y sociales asociados a la lepra. La lepra era -es, sigue existiendo- la enfermedad de quien no queremos ser: ser feos, ser cadáveres, ser malolientes, ser inútiles. Una muerte anticipada y contagiosa que sucede además por desolladura, por irse desprendiendo de nosotros a trozos lo que nos gusta pensar que merece la pena ser: carne firme, quizá hermosura, salud y vida. Y al principio del documental la voz masculina de Ebrahim Golestan -en contraste con la de la misma Forugh, su compañera de entonces, que recitará versos el resto del metraje- sumariamente nos informa de la naturaleza de la lepra, de que es contagiosa, de que no es mortal y de cómo se extiende por los miembros y los órganos si no es tratada a tiempo. Estas palabras de compromiso institucional duran apenas un minuto, y sobran quizá del cortometraje, como sobra la piel muerta que es arrancada a los pacientes de sus miembros en primer plano, mientras lo oímos.

Si antaño te hubiera poseído
no te habría confundido con cualquiera
Nada más hacerse la luz en la pantalla, aún sobre los humildes créditos escritos sobre un pizarrón y antes de que penetremos en la colonia y contemplemos a sus deformes habitantes, se nos advierte: “El mundo está lleno de fealdad, pero habría más si el hombre apartara la mirada”. Es a la vez una reflexión y una encomienda. Porque La casa es negra no es un filme sobre la muerte, tampoco sobre la enfermedad. No es discursiva ni moralizante; es la crónica de aquello a lo que hay que mirar para poder decir que hemos visto. Se trata pues de mirar para comprender y discernir la verdad sobre nosotros mismos que yace en la fascinación que puede provocarnos primero la visión de lo horrible y luego, mágicamente, la conversión de eso mismo monstruoso en una dádiva (la vida) que hay que agradecer a Dios o a la Naturaleza. Y esta exploración por los recovecos de la verdad y la belleza es la que nos aguarda breve, intensa y sincopada, por la claridad de la Casa Negra.

Ese viaje iniciático al que obliga el film es completamente distinto de lo que esperamos de su temática o de su ficha técnica. No discurrirá por lo que evoca un esquemático resumen del tipo: “cortometraje documental sobre la vida infame de una residencia de leprosos en el Irán de 1962, y de sus pústulas y costumbres”. Y es que La casa es negra sí que es eso, pero no es eso, porque Farrojzad no lo muestra con los códigos fílmicos y narrativos al uso, sino que lo hace desde la poesía. La significación y la emoción intensa que inevitablemente acompañan al visionado no emergen de la simple combinación de las imágenes -terribles, como puede suponerse, y tratadas además de cerca, sin compasión focal- dispuestas con la conveniente selección de puntos de interés informativo y dramático. Lo que pensamos y sentimos viendo La casa es negra viene de más allá, de ese espacio emborronado de verdad y sueño que es el objeto poético. Y digo objeto porque aquí no hay sujeto poético. Precisamente esa es la magistral lección de esta película: la subjetividad de todos los leprosos y de sus hijos sanos, la del maestro, la de quienes hacen el documental y la de la dueña de la voz que escuchamos, Forough Farrojzad, no existe. Sus sujetos quedan disueltos en el remolino de visiones y palabras que, excepcionalmente seleccionadas y dispuestas en el montaje, dan lugar a algo mucho mayor que cada uno de ellos. Ese algo es el objeto poético que mencionaba, aquello que se nos evoca sin nombrarlo y que, quien esto escribe, humildemente admite no poder describir con palabras, sino dar rodeos para procurar evocarlo.
Tu luz posaste en las sombras y se quedó sin color.
¿Por qué vistes de negro tus luces con las sombras?

Aquello sobre lo que habla La casa es negra quizá sea aquello mismo de lo que hablaban los viejos sabios helenos cuando, tras un suspiro de rendición por no ser capaces de definirlo, se decían agotados “es que lo Bello es difícil”. Lo Bello es lo más difícil porque le ocurre como a aquellos apaches de Ford, que si crees que los has visto es que no eran ellos. Así que es sobre esa contradictoria búsqueda de la belleza y del sentido sobre la que, formalmente, se construye el film. Por eso quizá empieza con una mujer llagada que se mira en un espejo sobre el que se cierra el plano, para invitarnos a penetrar en lo que ella busca ahí de sí misma, que es lo que nosotros deberíamos ser capaces de ver. Después descarga torrencial una tormenta de imágenes hipnóticas y atrayentes gracias a la fuerza visual de los motivos retratados pero, sobre todo, al poderoso montaje de contrastes, un poco al viejo modo sovietico. Vemos a personas incompletas viviendo una vida repleta de sonrisas, ilusiones y actividad. Las estancias ruinosas de la leprosería acompañan a textos de agradecimiento y alabanza extraídos de la Biblia, el Corán, o de la misma poesía de Farrojzad, que los lee con su voz apresurada de adolescente en un persa del que nada entendemos, y nos parece sin embargo comprenderlo todo. La salmodia de las rutinas que simboliza tan bien ese rosario que en oriente no paran de manosear los hombres ociosos contagia a la película entera, de forma que las reiteraciones, las acciones rutinarias y la simetría de algunas secuencias, por ejemplo las del colegio, en su disposición a lo largo del metraje, lo mismo que las canciones y bailes, y la misma recitación de la poeta narradora, terminan provocando en el espectador una especie de trance primitivo. No es sin embargo un trance de abandono irracional, porque el enorme poder significante de lo que vemos y de las palabras que escuchamos nos llevan a un estado que no es de renuncia intelectual, sino de comprensión lógica y alucinada de algo que estaba oculto en ese rincón pútrido del mundo.

En el minuto final, justo antes de cerrarse para nosotros las puertas de la leprosería, el maestro dice al niño: tú, nombra cuatro cosas bellas, y el niño responde el sol, la luna, las flores, el juego. Ese niño, libre de la infección, se llama Hossein Manosuri y fue adoptado por Forough Farrojzad tras la grabación de La casa es negra. Ahora es un señor mayor que vive en Múnich y se dedica a la poesía y a la vida bohemia. Le hicieron un documental.


En la tumba de la poeta yacen con ella estos versos, parte de su poema “regalo”:
Si vienes a mi casa, amor,
tráeme una luz y una ventana
para que pueda ver la alegría
de aquella calle abarrotada.


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Hola tocayo
¡Enhorabuena! Has escrito un artículo bien bonito y muy completo sobre sobre un documento que merece mucho la pena.
Mi, relativa, sorpresa es que las imágenes me resultaban extrañamente familiares. No estábamos tan lejos en los sesenta de la vida que se ve retratada. Sin contar el tema leprosería porsupuesto.
Un saludo, Manuel.
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Gracias tocayo querido por los parabienes.
No conocí los 60 pero soy extremeño, de extracción humilde. Sé lo que me dices.
Un abrazo
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Supe de esta obra y vi varios fragmentos en la serie documental de Mark Cousins sobre mujeres directoras de cine. ¡Ya no tengo excusa para no verla entera! Además así pode volver a leer tu hermoso texto.
Beso
Hildy
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¡Dale caña Hildy, que dura 20 minutos!
La mejor inversión de tiempo que vas a hacer en mucho ídem.
Un besazo
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