En enero de 1939 un contingente de mil hombres (cero mujeres, para evitar problemas) se asentó en Buttercup Valley, Arizona, cerca de Yuma. Se instaló un campamento de 136 tiendas con todas las comodidades, capilla y sala de juegos incluidas, y comenzó la producción de Beau Geste. Aunque se rodó en la misma localización que la versión de 1926 de la que hablamos en la primera parte, el fuerte construido entonces estaba en muy mal estado, así que se levantó otro prácticamente idéntico. El rodaje cumplió con el calendario -incluso disponiendo a la mitad tres días no previstos de asueto en México para el agotado equipo- y en un mes estuvieron listas casi todas las escenas del fuerte. Un pequeño segundo equipo se quedó para rodar recursos mientras Wellman y su equipo volvían a Los Ángeles para trabajar en las secuencias ambientadas en la mansión, que por cierto había sido usada como decorado ya en Alas.

Aunque se cumpliera el schedule, las duras condiciones hicieron mella en el equipo y hasta veinte hombres tuvieron que ser hospitalizados y algunos afortunados, como el guionista Robert Carson, terminaron yéndose a un hotel de Yuma por no soportar las difíciles condiciones. Al tremendo calor se unió una serie de tormentas de arena que, aparte de ser fastidiosas en sí, obligaban a volver a rodar para mantener la continuidad de planos ya terminados por alterarse el relieve de las dunas que rodean el fuerte, o bien había que trabajar manualmente en reconstruir dunas alteradas. Quizá sea esta una causa, por cierto, de que lo único en lo que a mi juicio mejora la versión de 1926 a la de Wellman sea en los grandes planos generales de la soldadesca serpenteando por el desierto, que seguramente pudieron rodarse con más extras y en menos tiempo que en el caso de nuestra versión. Era tal el cansancio que acumulaban trabajadores y reparto que, cuenta Wellman, los sábados ponía autobuses para quien quisiera ir a un puticlub de Yuma, pero al tercer sábado ya nadie tenía fuerzas ni ganas de coger el autobús del amor excepto un solo tipo que fue y “quemó la casa”, expresión que entiendo lo que connota pero no sé lo que denota. Por otra parte la camaradería y el buen rollo reinaron entre los actores, Wellman y el equipo con una sola excepción, pero qué excepción.

«Todos odiaban a Brian Donlevy, nunca he conocido a nadie con esa capacidad para ganarse el desprecio de absolutamente todo el mundo”. Resulta que el Sargento Markoff era en la vida real un tipo tan antipático y despreciable como en la ficticia. Leyendo sobre estas historias se me venía a la cabeza el documental Jim y Andy (Chris Smith, 2017) que muestra la ¿transformación? de Jim Carrey para su papel en Man on the Moon (Milos Forman, 1999). No creo que con Wellman a la dirección, siendo un actor de segunda y en el pre-método año 1939, el mal carácter de Donlevy se pudiera justificar como una manera de interiorizar su personaje. El caso es que terminó no hablándose con nadie, cabreando a sus compañeros y al equipo por entre otras cosas no estudiarse los diálogos que, decía, no se los habían proporcionado -mentira cochina- pero, dice Wellman, actuaba muy bien, así que nada más había que hablar. De hecho, consiguió una de las dos únicas candidaturas a los Oscar que se llevó la película. La otra fue a la dirección artística pero ese año 39 ya saben que todo se lo llevó el viento. Para terminar con Donlevy, no puedo dejar de contar una historieta típicamente wellmaniana que ocurrió cuando en el rodaje de cierta escena clave Ray Milland “sin querer” hirió a Donlevy con una espada en el hombro o en la axila según versiones. El caso es que el duro Sargento Markoff nada más ver una gota de su sangre se calló redondo desmayado para merecido cachondeo del personal circundante. Puede que no fuera más que un accidente, pero Wellman lo fue adornando con los años hasta convertirlo en una venganza taimada de Milland, consumado espadachín por otra parte, de todos los malos rollos y discusiones generados por este angelito con cicatriz de pega. Transcribo -en inglés, que suena mejor- qué dice Wellman que le contestó a Ray Milland cuando este vino azoradísimo a pedirle disculpas por el “accidente”:
Milland: Bill, I Couldn’t help it, (…bla bla bla bla….) What are you going to do to me?
Wellman: Two things: number one, thank God you are a skillful swordsman and hit the mark; number two, see if you can drink as much beer as I can. Let’s go!

Es hora de ir dejando a Beau Geste tranquila, que vuelva a reposar en el desierto del tiempo del que, siempre que se la ve, parece haber surgido. Ese fuerte fantasmal, esos hombres sin pasado, esos enemigos sin rostro… Creo que la maravilla de esta película es que combina a la perfección una vitalidad descacharrante hecha de camaradería, fraternidad y acción de la buena, con una atmósfera casi onírica. Toda ella y cada una de sus partes -la partes de la película en sí, pero también las partes escenográficas y los mismos personajes- son como una nave fantasma de aquellas que aparecían en la bruma. Aquí hay arena y sol, pero es lo mismo. Ese intento de conjurar el misterio con la aventura requiere de un vínculo empático que incluya cierta solemnidad. Esto lo proporciona quizá una cercanía con la muerte y el sufrimiento que el espectador de hoy no tiene. A lo mejor es mucho desbarrar por mi parte, pero creo que esa familiaridad con la parca volvía más creíbles los relatos, en un tiempo además en el que las películas no se hacían para críos. Hoy en día el cine de aventuras es un negociado del cine infantil, y todo rastro de complejidad moral, oscuridad del alma y nefastos presagios se ha sustituido por la autoparodia sonriente y el maniqueísmo bobalicón. Creo que esto se ve más claro en otro clásico de los fuertes en el desierto, La patrulla perdida (The Lost Patrol, John Ford, 1934) pero, aunque también me encanta, prefiero Beau Geste por esa capacidad para combinar solemnidad y vivacidad, diversión e inquietud que la gran peli de Ford, demasiado seria, no tiene.
Esa infantilización del cine de aventuras, aparte de motivos económicos que todos conocemos, sigue un camino marcado también por el cambio de los principios que se pretende que reflejen las películas. En este sentido Beau Geste, como apuntaba en la primera parte, es un dechado de valores trasnochados y/o perseguidos hoy en día. Que si colonialismo, que si machirulismo, que si racismo, que si fraternidad machistoide, que si maltrato consentido, que si militarismo rampante, que si blanqueamiento de delitos varios… Todo lo que quieran y más. Pero es que esos valores, como el fuerte de Beau Geste, como los tuaregs que atacan, como la joya robada, como los muertos apostados con los fusiles prestos, como el funeral vikingo que exige la quema de un perro… Todo eso que queremos, y más, viene de otro lado, errando por las arenas del tiempo, y hay que dejarse cegar por ellas, y enterrarse en ellas y cabalgar sobre ellas y, pasada la tormenta, sentir que se ha vivido, saltar por la muralla y escapar feliz hacia el desierto del presente, y seguir atravesándolo.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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Hola tocayo
Pues ya ves, yo creo que Mr. Wellman estuvo un poco torpe. Tuvo a punta de cámara filmar la segunda parte de «Sortie de l’usine Lumière à Lyon». Podría haberse llamada «Leaving Buttercup Valley (Queremos Yuma, Yuma)». Porcierto ¿No sería el encargado de mantener el pabellón en alto por tres veces uno de los veinte de baja?
También habrá que imaginarse al padre de todos los sargentos de hierro Donlevy y a su ego después de recibir la nominación. Si era insoportable trabajando ¡Cómo se hincharía de nominado!
De acuerdo, el cine de aventuras sufre de infantilización y de efectitís aguda pero, para compensar, el cine infantil está en una edad de oro. Pena que nos pille mayores… y con tanto cine visto.
Un saludo, Manuel.
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Jaja, de todas formas estas Yuma-cosas las cuento porque son parte de la «Historia» pero si uno se pone a echar cuentas con las cifras que hay de hombres, semanas y autobuses…
La otra noche me puse «El ladrón de Bagdad» (la del 40) y al final me acordé de tu frase final. Que es verdad, y a lo mejor siempre lo ha sido.
Un abrazo
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¡Qué maravilla la anécdota del accidente con la espada!
A ver si la revisiono en breve y te dejo un comentario teniéndola reciente, porque me has dado muchas ganas con este especial. En mi recuerdo es una de las que más he disfrutado del bueno de Wellman, a ver si se confirma.
Un saludo.
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Bueno bueno, y eso que he resumido la anécdota, porque en el libro del hijo de Wellman creo recordar que se tiraba como 4 páginas contando antecedentes, sucedientes y consecuentes.
¡La disfrutarás!
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Pues finalmente la revisioné este verano complementando el visionado con una relectura de su especial en dos partes y la verdad es que lo pasé en grande, quedó una sesión nocturna de lo más completa. Mil gracias por todo el trabajo.
Me gustaron tantas cosas de la película y hay tantos detalles a comentar que me animé a escribirle un post yo también pese a mi reticencia inicial porque el suyo es muy completo. Pero realmente creo que tiene mucha miga, me encanta cuando una película que aparentemente es «solo» de aventuras tiene tanto donde rascar.
En fin, durante el otoño ya aparecerá mi texto por mi gabinete, simplemente remarcar que algo que no recordaba es que fuera tan claustrofóbica, sucediendo casi toda la acción de la Legión Extranjera en un sitio cerrado. De hecho es de esos casos en que el cartel más famoso de la película es puro engaño: vemos a Gary Cooper disparando sonriente escondido tras una duna… ¡la peli no va de eso!
Un abrazo.
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Caramba Doctor, qué alegría!
Alegría doble, por haberle animado a revisarla y sobre todo, porque el otoño además de las hojas caídas me traerá su -ya lo veo sin haberlo leído- atinado e informado comentario de este peliculón.
Su comentario me ha recordado también, ay, que tengo un poco abandonado al pobre Wellman. De hecho tengo un poco abandonado el escribir en general, porque he estado muy liado estos meses. A ver si retomo.
Un abrazo!
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