The Boob (William Wellman, 1926)

Hoy es ese extraño día, 29 de febrero, en el que cada cuatro años nuestro querido Wild Bill podía celebrar su cumpleaños, pues nació tal día como hoy de 1896. Para celebrar su llegada al mundo hablemos de su llegada al cine, al menos en términos relativos, y es que The Boob es el primero de sus trabajos que conservamos. Los libros que manejo habitualmente daban esta película por perdida, así que me confundí cuando al presentar You Never Know Women (Ballet ruso, 1926) hablaba de ella como un buen aperitivo para merendarse la filmografía completa de Wellman. En el tiempo que hace desde que escribí aquello no me pregunten cómo me he hecho con una copia que al parecer se preparó en 2003 para emitirse en TCM, que parece completa aunque dura solo 61 minutos, se ve bien, y se adorna de una sencillo acompañamiento pianístico. The Boob -cuyo título original era el absurdo, viendo el argumento,  I’ll Tell the World, fue el primer largometraje completo rodado por Wellman en su primera y breve etapa en la MGM, donde ya no estaría para su estreno en mayo del 26. Rodó acreditado como director antes unos cuantos más, todos perdidos según creo, para la Fox, pero tendré que revisar que no esté confundido en esto también. A la MGM llegó, tras su despido de la Fox por pedir un aumento de sueldo, para hacer de ayudante de dirección, completar películas o apañar desaguisados. Tanta ilusión le hizo el encargo de The Boob como despreció sintió por ella una vez terminada. Que el mismo Wild Bill nos ilustre con su depurado sentido autocrítico:

Cuando los directivos del estudio vieron la película, me despidieron de puro mala que era. Cambiaron el nombre de Lucille Le Sueur por el de Joan Crawford. Disfruto pues del privilegio, del que me siento muy orgulloso, de haber dirigido la peor película de Joan Crawford.

En efecto, la presencia -secundaria- de Joan Crawford es de lo mejor de la película, aunque solo por el placer de verla tan jovencita, pues su papel de agente encubierta de la autoridad es poco relevante… ¿Es esta su peor película? Pues no sabría decirles, porque hizo más de cien y bastante tengo con completar la filmografía del bueno de Wellman, pero seguro que esta no está entre las más memorables. ¿Es entonces The Boob tan mala como dice nuestro malhablado amigo? Pues quizá no tanto como para despedirle, porque él poca culpa tiene de su mediocridad, pero, si se presentara con ella a modo de CV, desde luego que yo no le contrataría. 

The Boob es una comedia con un argumento arbitrario e inverosímil, que al menos consigue no aburrirnos por la brevedad del metraje y el ritmillo logrado por Wellman. Trata de un joven al que llaman Bobo (Boob) que es una especie de redneck avant la lettre que vive con Cactus, cowboy jubilado gracias al progreso y jubiloso cuando trasiega sus licores, un niño negro y un perrito muy amaestrado. Peter Good (George K. Arthur), que es su verdadero nombre, añora el legendario Oeste del que Cactus le cuenta aventuras que dice haber vivido mostrándole un cuadro que cobra vida, como eliminó él solo a nosecuántos indios. El chaval  está enamorado desde siempre de la guapa del pueblo, Amy (Gertrude Olmstead) que pasa de él olímpicamente porque le hace ojitos a un tipo de la ciudad muy atildado y engominado que presume de dineros. Como estamos en plena ley seca y este tipo tiene toda la pinta de ser un bootlegger, un contrabandista etílico-metílico, al enterarse Peter de que le ha pedido matrimonio a Amy -luego sabremos que ya está casado y que lo que quiere realmente es desflorarla o similar- decide resolver las cosas a la antigua, así que se viste de vaquero del circo de Buffalo Bill, ensilla un caballo pequeño o una mula grande que tiene, y marcha a la ciudad con decisión quijotesca. Como Cactus, que le ha dejado la silla de montar, cae en la cuenta de que se ha dejado una botella en las alforjas, y no de Fanta naranja precisamente, parte andando tras sus huellas y después el niño negro y el perrito amaestrado también sin que me quede claro por qué. 

Bien, el segundo acto tiene lugar en un curioso centro de recreo, The Booklovers, que como ya pueden adivinar es una librería repleta de estudiosos del garrafón de contrabando que contienen su libros. Ahí aparece Joan Crawford, y se suceden algunos números de baile picantón para deleite del público de la sala de cine y de los académicos del whiskazo que pueblan la pantalla… Hasta que aparece Peter Good hecho una furia y se lía a pegar tiros sin ton ni son. El caso es que en vez de darle jarabe de plomo en represalia, como mandan los cánones gansteriles, simplemente le echan del local, eso sí, por la ventana. 

Prosigue pues su cruzada y sus aventuras por los alrededores de la librería, por ejemplo en un cementerio por el que pasea una vaca, y en un hogar de mujeres pobres al que -no lo dije antes- Pet llevó a una señora mayor/figura maternal a la que recogió haciendo autostop equino de camino a la ciudad. Constituye esta subtrama del hogar se señoras necesitadas una inquietante pseudoprecuela de El Seductor (Don Siegel, 1971) si se es, como servidor, muy malpensado. Hay persecuciones automovilísticas, peleas, algo de comedia física, intervención policial, el perrito saltando de un lado a otro, peligro de muerte del héroe, etc. En un extraño final, visto en la distancia del siglo que nos separa del film, Peter, una vez resueltos todos los entuertos, se queda con la jeta de su amiga del pueblo, que sabemos que le quiere por el interés ahora que va a ser pudiente, y parece rechazar a la mismísima Joan Crawford en versión Eliot Ness que, con un muy muy tierno beso en la frente, le y nos  insinúa que ella no es intocable.

Aunque no son originales ni sorprenden a poco que se haya visto algo de mudo, como es habitual en el cine de aquella época lo que nos produce más interés y ternura son algunos trucajes que aparecen, como por ejemplo toda una escena onírica casi al final, cuando Peter sueña en su inconsciencia con que sigue en el coche del que acaba de salir despedido, peleando por la chica con el malo, que por más que se libra de él vuelve a aparecer de entre las tripas del coche. Hay momentos graciosos y algún gag conseguido, pero también abundan, sobre todo al principio, los que tienen que ver con la afición de Cactus por el alcohol, y el argumento en general es tan ridículo y atropellado que no me extraña que Wellman renegara de la peli aunque él, con el material que le proporcionaron, pues es obvio que no intervino más que para rodarla, consiguió al menos un producto entretenido y una animosa invitación a la lectura, cosa que no abunda precisamente en su prolija filmografía.

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

2 comentarios sobre “The Boob (William Wellman, 1926)

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  1. Hola tocayo

    Por lo que cuentas: una hora más surtida que las galletas Cuetara con un montón de anzuelos, desde el prota Good/Boob, el viejo vaquero y el chico que parece escapado de La Pandilla -aquella de Alfalfa y Spanky, se llevó el perro porcierto- y el personaje femenino doble (el ideal y la otra) que no podía faltar. Persecuciones en coche eran indispensables en toda comedia. Y Lucille a punto de cambiar de nombre -y cambiar así de suerte-.

    Dices que el titulo original era absurdo; el nuevo es, cuando menos, resultón (menos mal que lo pusieron en singular). Un saludo, Manuel.

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  2. En efecto tocayo, toda una ensalada de ingredientes sabrosones si están frescos, pero algo sosillos si vienen precocinados, como es el caso.

    Por lo menos siempre se aprende algo de las películas tan viejas, como que hubiera hogares sociales para señoras mayores pobres. Lo que no aclaran es si el servicio incluía bebercioteca, eso sí más humilde que la de los hampones, pero que algo de consuelo podría haber aportado a estas dulces ancianitas.

    Ahora que mencionas a Alfalfa… Otra cosa que descubrí el otro día viendo otra peli vieja, de los 30, y es el origen de la palabra «Rascayú», que hizo famosa aquella canción dicen que dedicada por lo bajini a Franco. Y es que en la peli unos chavales modelo Alfalfa se llamaban entre sí «rascal you». Lo de «rascal» ya sabía yo que era un gamberrete, pero por algún tiempo debió de ponerse de moda sumarle el pronombre y a saber cómo llegó eso a ejpaña.

    Saludos de pizarra

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