Un hermoso final. Ráfaga de nieve (Kazabana, Keisuke Kinoshita, 1959)

(Publicado originalmente en el nº 310 de la revista Versión Original, dedicada a los amores imposibles)

Las últimas frases de Ráfaga de nieve (Kazabana, Keisuke Kinoshita, 1959) dicen algo así como “a estas flores que el viento hace flotar las llaman ráfaga de nieve. Es un hermoso comienzo”. Eso es lo que se dice, pero lo que se ve son dos personas que parten hacia un futuro incierto atravesados por dos desgarros: la humillación y el desamor; y lo hacen desde un puente desde el que Haruko, la madre, intentó suicidarse junto al padre de su hijo, Suteo, que ahora marcha junto a ella para siempre. El río sobre el que están recibe las ráfagas de nieve que trae el viento y las flores que han arrojado ellos, última ofrenda al amante muerto de Haruko, padre de Suteo que no llegó a conocerle. Este padre que murió por no poder desposar a Haruko era primogénito del Señor de este territorio y es por esto que, con el mayor desprecio, se hizo cargo de la crianza de Suteo, al fin y al cabo su nieto, que debía en cualquier caso crecer como peón y siervo, igual que su madre, a su servicio como criado. Suteo crecerá encandilado por Sakura, la nieta del señor (carnalmente su prima, pocos años mayor que él) que a su vez ha sido educada solo en lo exquisito, tocar el piano y las danzas tradicionales. Ha llegado el tiempo de que Sakura se case, y ella lo desea con todas sus fuerzas, pues se siente asfixiada por el ambiente pueblerino y la casa anticuada. Entre sus divertimentos está la cháchara con Suteo, y parece no darse cuenta de que al pobre chico se le derrama la vida por la herida del amor imposible entre ellos por tantas razones, de hecho por todas las razones. 

Keisuke Kinoshita vivió entre 1912 y 1998. Fue por lo tanto absolutamente contemporáneo de Akira Kurosawa, y casi a la vez que él se inició en la dirección cinematográfica. Dirigió más de 50 películas, muchas de ellas grandes éxitos que le valieron multitud de premios, incluso fuera de Japón. Sin embargo la historia no ha tratado bien su figura. Apenas se le conoce como el autor de la primera Balada de Narayama (Narayama bushikô, 1958) y si bien los aficionados al cine japonés de entonces no nos hemos perdido Veinticuatro ojos (Nijushi no hitomi, 1954) o Un amor inmortal (Eien no hito, 1961) quedan aún muchos tesoros de su filmografía por descubrir. Quizá el motivo por el que Kinoshita es desconocido en occidente sea una relativa falta de estilo propio que vacía sus filmes, como conjunto, de los méritos que la mayoría de ellos sí tienen individualmente. Obsesionado con la experimentación, parece como si cada película le supusiera el reto de crear un nuevo estilo fílmico reconocible y atrevido que se agota en ese proyecto y le da un carácter especial, pero se disuelve en el todo de su filmografía. 

Quizá esa obsesión por la experimentación, que le ha valido la consideración de mejor precedente de la Nueva Ola Japonesa, sea consecuencia -o causa- de la ausencia del toque genial que los grandes directores suelen tener. Ni compone el plano como Kurosawa ni mueve la cámara como Mizoguchi ni el lirismo de sus historias fluye con ese equilibrio diamantino que las películas de Naruse saben sostener entre la emoción y la serenidad. Pongo sin embargo estos ejemplos concretos porque, a pesar de lo que yo mismo digo, en Ráfaga de nieve estas tres cualidades están presentes, si no a un nivel magistral, sí en un grado altísimo de delicadeza y sofisticación. 

El experimento que Kinoshita ha decidido que sostendrá Kazabana es el uso de flashbacks invisibles para el espectador. Especialmente durante el primer acto de la historia tan solo un subtítulo, “19 años antes”, nos avisa de que viajamos en el tiempo. A partir de ese momento escenas pasadas y presentes se suceden linealmente, sin avisos, transiciones especiales ni cambios de luz o escenografía que nos adviertan de que hemos viajado entre generaciones. Lo cierto es que el desconcierto que produce esta liquidez del tiempo es breve, y dura solamente hasta que nos hacemos con la historia que cuento al principio de este texto, redactado por mí deliberadamente de forma algo confusa, para que refleje ese pequeño lío que enseguida se aclara. Mi impresión es que Kinoshita ha escogido este mecanismo narrativo para reforzar una idea que, esa sí, creo que es común a todos sus melodramas, o al menos a los que yo conozco, que es la intemporalidad de la naturaleza. 

La idea de que solo somos una brizna de hierba en la pradera del tiempo y que por lo tanto nuestras vivencias en el fondo no importan nada, o precisamente por eso mismo importan mucho, se corresponde con el conocido concepto nipón del mono no aware, que se suele traducir por la permanencia de lo fugaz. En la,  escritura de sus historias —las que el mismo Kinoshita dirigía y las que escribía para otros importantes directores y directoras, como la actriz Kinuyo Tanaka- este principio filosófico está siempre presente aunque no se explicite. Lo fugaz es la historia que vemos, el amor imposible de Suteo por Sakura, que lleva el nombre de la efímera floración del cerezo, y lo permanente es la tierra que pisan o un río que atraviesa y vivifica el territorio que riega a la vez que contiene los restos del padre suicida. Para la sociedad de los hombres aquel gesto deshonroso -suicidarse por amor a una criada- aún permanece y marca las vidas de todos los protagonistas, pero pronto se terminará esa anécdota donde empezó, en un puente del río que sigue su curso ignorante de todo, lo mismo que los arrozales y las nubes que forman un paisaje invariable entre idas y venidas en el tiempo. No le afectan los flashbacks. La puesta en escena de Kinoshita refuerza esta idea mediante una peculiar forma de presentar las figuras y el paisaje. Sobre todo en exteriores el gran plano general es la norma. Lo común es que los personajes se adentren en el cuadro, son ellos los que llegan a la naturaleza que los acoge con tanta indiferencia como con hermosura los enmarca. Suele ocurrir que las figuras humanas permanecen rígidas en mitad de la pantalla rodeadas de plantas que mece el viento o de las aguas que el río lleva atravesando el plano entero. Muchos de estas imágenes recuerdan a la pinturas de Millet: humanos en actitud introspectiva circundados por una paisaje del que parecen abstraídos, pero en el que, inevitablemente, están incluídos y de él dependen. 

Cuando Suteo, el único personaje que parece desafiar su destino, quiere cambiar las cosas, una y otra vez tropieza con la burla, la tradición, la desidia o el conformismo de los demás. Su destino además lo lleva inscrito en su mismo nombre, impuesto a la fuerza por su abuelo paterno, y que significa algo así como abandonado o expósito; arrojado a la basura, dice el traductor de google. Además su dolor por rabia y desamor es una extraña herencia emocional recibida de su madre, Haruko. Y es que ella es a la vez el Suteo del presente, pues sufrió lo que él sufre ahora, y es la Suteo del futuro, pues ha aprendido a soportar la desdicha, como la tendrá que soportar él en lo porvenir. Así, Suteo y Haruko son los dos focos posibles y alternantes de una elipse perfecta por la que orbitamos nosotros, si se me permite el símil rebuscado. Nos alejamos y acercamos a ellos sin perderlos de vista ni sacárnoslos del alma en un eterno y grácil bucle de simpatía y amor.Las últimas frases de Ráfaga de nieve dicen algo así como “a estas flores que el viento hace flotar las llaman ráfaga de nieve. Es un hermoso comienzo”. Son un hermoso final.

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4 respuestas a “Un hermoso final. Ráfaga de nieve (Kazabana, Keisuke Kinoshita, 1959)

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  1. Hola tocayo

    Apropiada peli pare estas fechas ya que estamos en pleno «Cherry Blossom». Y no es nada extraña esa comparación entre las caídas de pétalos y copos.

    Yo veo que la peli tiene un arranque que recuerda argumentalmente al de «Sinuhé» y ese final con dos personajes, casi dos estatuas, hablando de «buenos principios», parece una adaptación casablanquera.

    Los directores valientes que saben adaptarse a lo que cuentan merecen un voto extra (porejemplo Curtiz que dirigió ,entre otras, Shinué el egipcio y… Casablanca).

    Un saludo, Manuel.

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    1. Hola tocayo!

      En efecto, estamos en pleno sakura, aunque a los del Jerte se les ha mojado la fiesta este año. Sinuhé el egipcio no sé si la he visto de adulto… Creo que no, y apenas recuerdo el argumento. Le haré un hueco en mi agenda.

      Curtiz tiene muy buenas cosas: Ángeles con caras sucias, Mildred Pierce, Robin de los bosques… Pero lo mejor que tiene son las muchas que nos quedan por descubrir.

      ¡Un abrazo florido!

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  2. Qué texto más hermoso, Manuel.

    Te ha quedado un díptico fantástico sobre Keisuke Kinoshita.

    No solo lo he disfrutado, sino que me ha dejado ver mi absoluta ignorancia sobre dicho realizador y has despertado mis ganas de descubrirlo. Solo he visto la de La balada y sé que tengo que ver sí o sí, Veinticuatro ojos.

    Beso

    Hildy

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    1. Pue sí queridísima, tienes que acercarte a Kinoshita, porque sé que te va a encantar. Puedes empezar con 24 ojos si quieres, o con esta o con otras de las que ya hablé: Eras como un crisantemo salvaje y las dos simpáticas «Cármenes»… En fin, ninguna te va a defraudar.

      Un besazo fuerte.

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