
Ya no recuerdo qué senda me condujo hasta este documental olvidado hace unos 10 años, cuando lo vi por primera vez. Sí sé por qué he querido volver a verlo ahora, luego lo explico.
La mujer con los 5 elefantes es Svetlana Geier, que nos dejó al poco de terminar su filmación. Nació en la Ucrania soviética y allí vivió los rigores del estalinismo y la guerra. Su padre fue apresado en aquellas purgas del 38 y milagrosamente liberado meses después, aunque mortalmente enfermo a causa de las torturas sufridas. Con ese antecedente y aprovechando sus conocimientos de alemán empezó a trabajar con los invasores germanos cuando llegaron a una Ucrania que sintió aquello como una liberación. Ni el guión del documental ni la misma Svetlana enfatizan su evidente colaboracionismo, asunto delicado por varios motivos que ni se afronta ni se evita. El caso es que se fue al país de los nazis en 1943, donde ya vivió hasta su muerte en 2010, en el país de la Merkel.
Los 5 Elefantes son cinco novelones de Dostoievski que ha vertido al alemán, alguno dos veces. Fue la traductora canónica del ruso -no solo de Dostoievski- a la lengua de Goethe hasta su muerte. La película nos presenta con calmada sencillez a una mujer de inteligencia y sensibilidad exacerbada, curtida por la edad, que nos hace partícipes de unos meses de su vida, del final activo de su vida, marcados por una tragedia familiar que no desvelo y por una visita a su tierra natal, 65 años después de abandonarla, en la que la acompañamos. Va en el tren con su nieta a dar en Kiev unas charlas magistrales, pero se la nota como aburrida, desinteresada. Ni la visita a la tumba de sus padres parece emocionarla ya, porque ha vivido varias vidas ella misma y además las de los libros que traduce. Es el paso del tiempo, es la vejez y la certeza inexorable de que con los años todo deja de importar, incluso la misma Historia, incluso los crímenes más atroces que circundaron su infancia, los dolores de más adentro. Svetlana Geier es un trasunto de carne y hueso de esa misma Historia que se aligera y se disuelve con el paso de las generaciones, y tengo la impresión de que el mismo autor del documental, -Vadim Jedreyko- no es consciente del poder visual y simbólico que tienen los primeros planos de Svetlana, arrugas inmisericordes sobre un fondo de hermosa juventud.

Asistimos a su rutina de trabajo como traductora. Auxiliada por una filóloga con cara de pocos amigos y por un peculiar músico que la ayuda con el ritmo prosódico, Svetlana traduce “a mano alzada”, dictando directamente al alemán un texto ruso que ya bulle en su cabeza desde que la noche anterior lo ha rumiado en silencio y soledad. Admiro a esta mujer muy profundamente, ella es lo que creo que yo quisiera ser pero nunca podré ser. Svetlana lleva, en los ojos acuosos de la vejez y el sufrimiento contemplado, una sabiduría superior que ya es de otro tiempo y que quizá no vuelva. Es una lectora. Sabe vivir dentro de las frases, sin distracciones. Capta lo profundo de la palabra escrita, que es su capacidad de reencarnación; de revivir con otro sentido con cada lectura nueva de cada lector. Esta anciana cheposa no solo conoce de memoria a cada elefante, sino que cada vez que vuelve a ellos los encuentra rejuvenecidos, más fieros y sabios, salvajes, profundos y libres.

Lo que me recordó este documental y me animó a verlo de nuevo fue un pensamiento: el pensamiento de que posiblemente nunca más leeré un elefante. Me compré hace unos meses El idiota de Dostoievski con la idea de leerlo. También lo tengo en el kindle, no crean, y en la tablet y en el móvil. Todo accesible y a la vez imposible. Mi cerebro está agusanado desde que llegó el adsl. Antes de eso recuerdo haber leído Crimen y castigo en 4 o 5 días apasionantes que pasé tumbado boca abajo en mi cama de estudiante, sin más preocupación que acompañar a Raskólnikov en su hambre y en su culpa. Y luego la releí unos años después. Me pasé un verano estupendo transportado a Davos, donde La Montaña Mágica de Mann, y recuerdo que me emocioné mucho en un momento intrascendente en el que Castorp se acerca a un arroyo y llora. Otro lo dediqué a La Regenta. Moby Dick también lo he leído dos veces y es que, en fin, antes lidiaba con elefantes. Sé que jamás leeré El idiota.

Porque mi mundo, el nuestro, no es el de Svetlana. La misma curiosidad que alimentaron la literatura y la ensoñación se ha transformado, hablo por mí, en una vorágine de datos y curiosidades que no me llevan a ninguna parte a la que quiera ir. Si acaso a escribir aquí o allí cosas que luego yo mismo olvido. Este planeta digital no es el planeta impreso que sirvió para fijar hechos, ideas y ficciones y volver luego a ellos para, con la tranquilidad de tenerlas conservadas, redescubrirlas sin perder el norte. Svetlana Geier siento que es un epígono de ese universo de los libros y de la concentración, del conocimiento profundo producto del tiempo, la dedicación y la curiosidad intelectual y autónoma, no la curiosidad de mierda por todo y por nada que provoca internet.

Un dato curioso sacado de internet: por pura y alucinante casualidad -nada tiene que ver con que haya vuelto a ver el documental- descubro buscando fotos que esta misma semana sale a la venta una traducción de su biografía, que probablemente compre y con toda seguridad no tendré tiempo de leer… O sí, pero para entonces habré olvidado que yace empantanada en mi particular cementerio de elefantes de papel.


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Jo, Manuel, qué texto. Me ha encantado.
Y me ha emocionado una frase en negrita: Es una lectora.
Me parece tan hermoso ejercer de lectora.
Yo, lo confieso, paso momentos superfelices leyendo…
Y espero que me queden muchos libros todavía por leer. Sé que no voy a poder leer todos, ni releer los que me gustaría, pero los que alcance…, ¡¡¡esos que trataré de disfrutar a tope!!!
No conocía el documental y me lo apunto. ¡Disfruto tanto también con el cine documental! ¡Te hace conocer a tanta gente interesante!
Beso
Hildy
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Seguro que si lo ves te emociona como a mí, querida Hildy.
Un beso fuerte
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