A pesar de lo exitosas que fueron Ha nacido una estrella y La reina de Nueva York y de la aparente armonía entre Selznick, Wellman y Carlson (durante estos años y alguno más se puede decir que director y guionista forman un tándem perfectamente engrasado, así que hay que mencionarlos a ambos) el productor de Lo que el viento se llevó no les daba proyectos nuevos, aparte de usar a Wellman como director de refuerzo no acreditado en su epopeya sureña y otras producciones. En definitiva, cobrar sin trabajar en algo provechoso ponía a Wellman de los nervios y, lo mismo que se fue de la MGM por este motivo para fichar por Selznick, se fue de Selznick para trabajar de nuevo en la Paramount de Zanuck.

El cebo que le atrajo fue Men with Wings, una especie de repaso a la historia de la aviación con triángulo amoroso de fondo, en Technicolor y con libertad creativa, pues Wellman en los cinco años que pasará en la Paramount será también productor de sus trabajos, aunque sin derecho a decidir sobre el montaje final, como comprobaremos luego. Con esta temática y el visto bueno de la historia por parte de Carlson, que se encargó de convertirla en un guión atractivo y bien armado, empezó la preproducción a principios de 1938. El rodaje se alargaría por nueve meses, cuatro solo para las escenas aéreas, y fue por lo tanto esta la única película que nuestro director rodará en ese año. Trata la historia de tres ficticios pioneros de la aviación: Patrick Falconer (Fred McMurray), Scott Barnes (Ray Milland) y Peggy Ranson (Louise Campbell) que desde niños han entregado sus vidas a esta tecnología que nació prácticamente con ellos. La película empieza en 1903, poco después del vuelo de los hermanos Wright, cuando el padre de Peggy muere en su primer intento de volar con un aparato construido por él mismo. Ella y sus dos amigos crecerán dedicados al mismo empeño de hacer un avión mientras que el triángulo amoroso se va cociendo pero a fuego lento, con poca chispa y el ardor justo. Con el tiempo Patrick Falconer se convertirá en un as de la IGM volando en la Escuadrilla Lafayette, como el mismo Wellman en sus años mozos, mientras que Scott se dedicará a diseñar y probar aparatos llevándolos al límite y a pilotar aviones civiles de correo. Peggy se casará con Falconer en Paris, pues ella marcha allá como soldado telefonista en 1917, y cuando regresan y tienen a una hija su marido la abandona para ir a guerras lejanas como piloto de fortuna, pues no soporta la anodina vida de civil. En esas ausencias Scott la acompaña en modo pagafantas a pesar del amor que siempre sintió por ella y, bueno, los años pasan y ocurren cosas.

Lo interesante de la película, tanto para Wellman como para el espectador actual, es ver el recorrido histórico de la aviación hasta justo antes del gran salto tecnológico que supuso la IIGM. No se escatimaron recursos en conseguir aviones antiguos o remozar otros actuales para hacerlos pasar por modelos extranjeros. Además de eso Wellman, como en Wings, puso todo el empeño posible en recrear los aviones y los uniformes con todo el rigor posible, cosa nada fácil si tenemos en cuenta que la película iba a ser en Technicolor y en 1938 todo el pasado era en blanco y negro. Paradójicamente todo este esfuerzo sirvió para cumplir con las expectativas de Wellman, pero el hecho de rodar en color y con sonido condiciona la película, porque no se pueden montar cámaras tan ligeras como las usadas para Wings y, a diferencia de lo que en ella ocurría, ninguno de los protagonistas pilota realmente ni es grabado en el aire haciendo ningún tipo de maniobra. Los pocos planos que hay desde los aviones son mucho menos atractivos que los de Alas y, aunque esto Wellman intenta compensarlo con un empacho de acrobacias de todo tipo, se ha esfumado esa magia visual de la que hablamos al tratar del filme mudo. Es algo curioso: han pasado solo 12 años entre el rodaje de una y otra y como películas parecen mucho más alejadas en el tiempo entre sí, mientras que en el plano técnico de las escenas en vuelo como digo Wings es mucho más espectacular y moderna. En cualquier caso las imágenes aéreas de Men with Wings son tan espectaculares y están tan bien conseguidas que llegarían a usarse como relleno en la última película de Wellman, La Escuadrilla Lafayette, rodada en blanco y negro 20 años más tarde.

Aunque sus personajes sean monolíticos, la cursilería campe a sus anchas por todo el metraje y la trama sea bastante predecible, tengo que decir que me ha sorprendido para bien esta película. Aunque de justas aspiraciones dramáticas, el desarrollo visual, el ritmo y el equilibrio entre el aspecto aeronáutico y el melodramático está muy bien conseguido. Por ejemplo las escenas iniciales, cuando son niños, están llenas de gracia y agilidad, y es que a Wellman le encantaban los niños y ya nos vamos dando cuenta de que rueda bien todo lo que le gusta. Hay otros momentos muy bien dirigidos, por ejemplo dos escenas que suceden en una escalera entre Scott y Peggy en diferentes momentos de la película, y no le falta siquiera el punto cómico que aporta el simpático Andy Devine y dos periodistas locales que nunca parecen ponerse de acuerdo sobre cuál es la noticia que debe ir a los titulares. Falta chispa a los diálogos, la acción se sigue de una forma demasiado lineal y los actores cumplen sin más; cierto que algunas partes son débiles pero el todo creo que es atractivo, curioso y notable, y todo lo que tiene que ver con los aviones y su historia, una delicia para los ojos que Wellman narra lo mejor que sabe.
Men with Wings no perdió dinero pero tampoco tuvo el éxito esperado ni buen trato de la crítica que tampoco la machacó, simplemente pasó algo desapercibida. Hoy por cierto es una película totalmente olvidada, ni siquiera tiene nota en Filmafinitty. Como curiosidad inesperada, porque si uno no lo investiga es imposible intuirlo, sufrió nada menos que la censura del mismísimo ejército que además esta vez, a diferencia de lo ocurrido en Wings, no había querido colaborar prestando aviones ni instalaciones. Al final de la película se celebra un ágape lleno de autoridades por el éxito de un nuevo bombardero diseñado por uno de los protagonistas. El final es abrupto, lo pensé cuando lo veía; se brinda por un amigo caído y pum, The End, y se queda uno algo extrañado, pero no es inhabitual en esta época en las que las películas, afortunadamente, terminaban una sola vez, no como ahora que se alargan insoportablemente en mil codas innecesarias. Pues el caso es que faltan unos minutos en los que, en un arrebato antibelicista, Scott, el diseñador del bombardero, dice que no se lo entregará al ejército porque ya está bien de guerra y muerte, que la aviación no debería estar para eso sino para unir a la humanidad y etcétera. El ejército obligó a la Paramount a eliminar esa escena (esto es totalmente real y está documentado) y por lo visto Wellman se pilló un rebote excepcional por tener que aceptarlo, ya que no tenía derecho a decidir sobre el montaje final. Lo más alucinante de todo esto es que, viendo la película, así como la trayectoria personal y cinematográfica de Wellman, jamás se me habría ocurrido -ni a mí ni a nadie que la vea- que hay un mensaje pacifista esperando a ser descubierto en el momento final.

Me aventuro a decir que todo esto tiene que ver con nuestra Guerra Civil. En primer lugar, porque hubo que eliminar su mención en la película, ya que el ejército no podía consentir que un piloto norteamericano tomara partido en un conflicto entonces candente y en el que no hubo intervención oficial. Además, y esto lo pienso ahora mismo, mientras escribo, quizá ese arrebato pacifista de Wellman fuera resultado del impacto que en la opinión pública norteamericana tuvieron las fotografías de los bombardeos (el enlace es duro) sobre la población civil madrileña en aquel tiempo. Es una extraña hipótesis, pero no descabellada si llevamos nuestra mente a esos años pre bélicos de ideologías viscosas y cambiantes a las que Wellman, como hombre impetuoso pero muy sensible, debía ser bastante receptivo si se trata de niños muertos, pues por entonces él y Dottie estaban trayendo a este sucio mundo el tercero de siete hijos.

Ese repentino pacifismo de Wellman del que no queda huella en la película se puede entender si abrimos un poco el foco sobre sus dos protagonistas, viendo más allá de sus peripecias y personalidades. Faloner es un hombre activo, enérgico, que abandona una y otra vez su hogar para luchar en guerras lejanas y que entiende el vuelo como una experiencia cuasi mística que exige de quienes la viven una entrega total. Representa el espíritu pionero de la aviación del que participó el mismo Wellman, y como seguramente le pasaría al director en sus tiempos de guerra, es un piloto impulsivo, sin técnica, que no se adelanta a la hazaña de Lindbergh porque es incapaz de guiarse mirando a los instrumentos, renunciando a su vista y su intuición de navegante. Su amigo Scott, por el contrario, representa la vertiente práctica y tecnológica de la aeronáutica. Es un hombre inteligente, formado en el MIT, que triunfa en la industria y el desarrollo de nuevas aeronaves por su habilidad para combinar el raciocinio con el arrojo y la habilidad como piloto que exige probar las incesantes innovaciones técnicas. Ambos empezaron juntos, con su amada Peggy -a la que Wellman reserva un lugar privilegiado en la historia de la aviación- y cada uno de ellos evolucionó en las dos mismas direcciones que recorrió este portentoso invento que achicó el mundo tanto en el pasado siglo. No tengo muy claro si Wellman y Carlson eran conscientes de este nivel alegórico del guion sobre el que trabajaban, por lo demás bastante fatuo y pueril. Es posible que, simplemente, sea el resultado de unos sentimientos encontrados que Wellman tenía sobre los aviones y sus cosas. El aire era su lugar natural, y prefería los aviones a las cámaras, pero quizá ya a esas alturas de la vida y de la historia se daba cuenta de que los aviones debían servir a la paz y el progreso mejor que a la guerra y la barbarie. Por eso quizá la peli terminaba con el censurado mensaje antibelicista, aunque, por cierto, el final que propuso Wild Bill antes de rematar el guion, rechazado por Carlson y Zanuck por estrafalario y nunca rodado, era la imagen de una especie de pasarela que sube hacia el cielo sobre una voz en off o unas letras diciendo algo parecido a “gracias a los aviones el mundo estará a nuestro alcance, y en unas horas podremos estar en Londres o en Pekín, y nos acercaremos los unos a los otros y aprenderemos a comprendernos y a convivir”… O algo así. Visionaria horterada.
Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman


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Hola tocayo
Si tu gran éxito se llama Wings, llamar a otro proyecto Man with Wings ya muestra tu carta de navegación.
Por otra parte el «triangulo» es peculiar: Fred -casi siempre sobresaliente, alguna vez aprobado raspón- Ray -aprobado generoso, alguna vez sobresaliente- y Louise -sin calificar por falta de datos-. Es evidente la carga alegórica; parte intuitiva, parte racional y parte sentimental.
¡Oye y ese canto a la globalización final! Creo que si le dan un poco de carrete a Wellman-Carlson también predicen que el precio de la electricidad se pondrá por las nubes.
Estupendo vuelo tocayo. Un saludo, Manuel.
PD. Esa foto de la ceremonia como recuerda al reparto Oscaríl de aquellos vuelos… o las famosas «cenas de empresa».
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Hola tocayo, ve uno la peli y ni Fred ni Ray se ganan el sueldo, la verdad. A los dos les da un poco igual todo.
Ese final no rodado con la Stairway to heaven hubiera quedado muy ridículo, la verdad, pero ciertamente premonitorio y nos hubiera dejado a los espectadores de después una sensación muy rara, de chocar con la verdad en un muro de mentira.
Un abrazo, Manuel.
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