Fuego en la nieve (Battleground, William Wellman, 1949)

Esta cinta bélica tan especial fue la primera prueba de fuego de Dore Schary como Vicepresidente de Producción de la MGM, pues él mismo trajo el proyecto ya esbozado en la RKO, estudio que acababa de abandonar al hacerse Howard Hugues con su control. Por lo visto Louis B. Mayer, siempre tan majo, recelaba de Schary y le facilitó llevar la historia a cabo esperando precisamente que se estrellara con él, de modo que su posición quedara debilitada en lo porvenir. En efecto, para el año 1948 la gente ya estaba hastiada de filmes bélicos, de noticiarios bélicos, y de las secuelas de la II GM que todo el mundo había sufrido de una u otra forma y que por fin empezaban a dejarse atrás en la vida real. De hecho el proyecto se conocía en los estudios como Schary`s folly, la locura de Schary, pero el productor, que era muy listo, lo sacó adelante con éxito de público y crítica, obtuvo seis nominaciones y dos Óscars y encima dio por primera vez con un director genial, William Wellman, que le ahorró 100.000 pavos sobre el presupuesto, 20 días de rodaje sobre el plan, le dejó una taquilla que quintuplicó lo invertido y se convirtió en un amigo íntimo de cuya profesionalidad aprovecharse -no sé si en el sentido malévolo del término- por unos años.

Fuego en la nieve cuenta la historia del Asedio de Bastoña, episodio de la Batalla de las Árdenas sucedido en las postrimerías de la IIGM. En concreto sigue las vivencias de un pelotón de la 101 Aerotransportada que se vio cercado por los alemanes y sumido en un temporal de nieve que, como se puede imaginar, complicó mucho las cosas pero nos ha dejado una película vistosa y de antitético título en castellano. El guion es de Robert Pirosh, que vivió todo aquello como soldado y fue premiado con el Óscar. James Whitmore por cierto se llevó el premio de la academia al mejor actor secundario en una decisión que a él mismo extrañó, pues básicamente su papel consiste poner a marchar al pelotón, mascar y escupir tabaco y decir 17 frases, pero lo hace con tanto salero que, la verdad, no lo veo desmerecido. 

Los entendidos dicen que tanto el desarrollo de los acontecimientos históricos como la tramoya bélica es especialmente certera y respetuosa con la realidad. No me extraña, pues se nota mucho el compromiso que Wellman sentía por respetar no solo los hechos sino también las habituales quejas, incomodidades y pequeñas miserias cotidianas que tiene que vivir la soldadesca. “Sáltate la propaganda”, es condición sine qua non previa a la lectura de Barras y estrellas. Mi escena favorita de la película es, de hecho, una al comienzo que sucede en el barracón/tienda de campaña, en la que conocemos a todos los soldados del pelotón cuando se incorpora un novato. Es una escena portentosa, en unos minutos Wellman es capaz de contarnos quién es cada cual, de qué pie cojea, cómo es la rutina del grupo, qué piensan de la oficialidad, como se tratan entre ellos… Para ello, aparte de organizar una puesta en escena elaboradísima, llena de ritmo y complejidad invisible, se nos muestra el pelotón ilusionado por irse a París de permiso y luego defraudado por tener que quedarse suspendida la licencia. Los que se veían en París eran los hombres antes de ser soldados. Los que parten a la batalla son los soldado a los que han suspendido de ser hombres. 

Una vez más se demuestra que, como les pasa un poco a los grandes directores de su generación y ya comentamos al hablar de Alas, lo que mejor se le da a Wellman, el valor al que se siente más naturalmente afecto, y que mejor maneja rodando, es la camaradería y las amistades que de ella surgen. En Battleground hay acción, es cierto, y movimientos estratégicos, interés histórico y todo eso que uno espera de un buen bélico, pero lo que hace que se nos quede dentro es sin duda lo que le ocurre a cada uno de los soldados, individualmente. Wellman ya sentó cátedra en este sentido en Story of GI Joe, un filme mejor, más profundo y más pulido desde el punto de vista poético y visual. Esta es también una muy buena película, aunque quizá más sencilla en todos los aspectos, lo que también habla en su favor. No puede uno olvidar lo que le ocurre a Ricardo Montalbán con la primera nieve que ve en su vida ni los huevos que Van Johnson se empeña en cocinar. Todos los soldados despiertan en nosotros gran simpatía, yo diría que sin excepciones. 

Creo que el secreto del éxito que tuvo este filme fue que, si nos fijamos, no digo la acción, sino la misma cámara, casi nunca se aleja de los miembros del pelotón más de unos metros. Con excepción de unos cuantos planos de la 101 marchando por la nieve, que son breves imágenes de archivo de 1944 y que no engañan a nadie, apenas existen esos grandes planos generales con los que se procura, en las tradicionales películas de guerra, situar al espectador en la batalla, mostrar la capacidad armamentística de cada contendiente, la naturaleza del objetivo a tomar, etc. Wellman ha llevado a cabo, como hiciera en Incidente en Ox Bow, un prodigio de concisión visual. Se ha aprovechado de que la historia misma es la de un pequeño pelotón cercado en un bosque frondoso para construir una película que realmente es una historia  de interiores que suceden en exteriores. De hecho, prácticamente toda ella fue rodada en un set al que se llevaron unos cuantos pinos, algún Jeep y un camión de nieve artificial. Wellman se maneja como nadie en este tipo de escenarios. Tiene una cualidad natural, en este contexto cinematográfico del exterior-interior, para generar composiciones llenas de fuerza y desarrollar ideas visuales delicadas y poderosas al tiempo. Esto unido al buen guion y a su conocimiento de la psicología del soldado y la naturaleza de la guerra, cosas que vivió en primera persona y llevaba impresas muy dentro de sí, más profundamente incluso que el Cine mismo, le permitía, cuando el proyecto le interesaba de verdad y disponía de una buena historia, crear un cine bélico muy personal, como de cámara. 

Más de Wild Bill en nuestro especial No soy tan duro: el cine de William A. Wellman

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5 respuestas a “Fuego en la nieve (Battleground, William Wellman, 1949)

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  1. Hola tocayo
    «Fuego en la nieve» «cine bélico de cámara» con este olor por la mañana dan ganas de cantar: oximoróooon, oximoróoon, saca los cuernos al soooon. (Conste que sí, que tienes razón, que el concepto es acertado).
    Me ha parecido muy cinematográfico ese paralelo que montas entre la camaradería en el frente y el «salvaje este» en las altas instancias de los estudios. Dos battleground no tan distintos.
    Un saludo, Manuel.

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  2. Uy las altas instancias de los estudios… No soy muy ducho en esas historias, pero me da en la nariz que si, como se suele decir, el porcentaje de psicópatas entre líderes políticos supera en mucho al de la población general, en aquellos despachos donde campaban los «mogules» la gente en su sano juicio moral debía de estar limitada al camarero que servía el aperitivo y a los aspirantes a algo que como tal servían troceados y ahumados. Mala gente.

    Un saludo, tocayo.

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  3. Cuando has descrito tu secuencia favorita, me has hecho verla. Y has mostrado en un párrafo lo que hace que admire a Wellman en las películas que he visto de él (que son muchas menos de las que ya has visto tú, pero que gracias a tus artículos estoy también siendo espectadora): cómo cuenta. Su puesta en escena en algunos momentos. Esas secuencias en las que nos fijamos y que se nos quedan en la retina.

    Beso
    Hildy

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  4. En efecto querida Hildy, lo que mejor hace Wellman es contar mucho con poco, que es lo que hacían mejor en general esta generación de maestros que inventaron el cine norteamericano.
    Esta peli, con su humildad de medios vista hoy en día, deja muchos de esos momentos que a uno no se le borran de la mente. Si un día te animas a verla verás que no miento. Es una peli muy humana, muy cálida. Y será que ese calor resalta entre la nieve…

    Un besazo

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